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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oraci?n por los cristianos de Irak. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 28 de mayo

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oraci?n por los cristianos de Irak.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 6,10-20

Por lo dem?s, fortaleceos en el Se?or y en la fuerza de su poder. Revest?os de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Esp?ritus del Mal que est?n en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que pod?is resistir en el d?a malo, y despu?s de haber vencido todo, manteneros firmes. ?En pie!, pues; ce?ida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que pod?is apagar con ?l todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, tambi?n, el yelmo de la salvaci?n y la espada del Esp?ritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oraci?n y s?plica, orando en toda ocasi?n en el Esp?ritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y tambi?n por m?, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valent?a el Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de ?l valientemente como conviene.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, al finalizar la ep?stola, se dirige una vez m?s a todos los creyentes y les dice que la vida cristiana es una vida de combate. Es cierto que el Resucitado derrot? definitivamente al mal y a la muerte. Pero en el tiempo presente los cristianos, junto a Cristo, deben continuar combatiendo a un enemigo ya derrotado aunque no totalmente abatido. Estamos llamados a llegar a la victoria del amor sobre el odio, de la comuni?n sobre la divisi?n. Pablo recuerda que el diablo act?a mediante las potencias del mal que, aunque ya fueron derrotadas por Cristo, todav?a siguen activas en nuestro viejo mundo. Es un combate dif?cil y duro porque es contra potencias amenazadoras e insidiosas: es el rostro plural del mal que se manifiesta de muchas maneras, en muchos acontecimientos, en muchas situaciones hist?ricas. Pablo habla de los "dominadores de este mundo tenebroso" y de los "esp?ritus del mal que est?n en el aire", fuerzas que dominan a los hombres de manera sutil pero fuerte. Por eso es necesario tomar "las armas de Dios", es decir, luchar a la manera de Dios y con las armas que provienen de ?l. El ap?stol exhorta a ce?irse la cintura con la verdad, es decir, a tener un conocimiento fuerte del Evangelio, y a ir "revestidos de la justicia como coraza", es decir, a acoger la justificaci?n de Dios. La descripci?n contin?a con la imagen del calzado militar que hay que llevar para estar a punto para la marcha: ponerse en camino para comunicar a todos el Evangelio de la paz, el que Jes?s obtuvo en la cruz y que se hace realidad en la reconciliaci?n entre todos. El escudo que protege el cuerpo entero del soldado es la fe en el Se?or, tal como est? escrito: "El Se?or es mi fuerza y mi escudo, en ?l conf?a mi coraz?n" (Sal 28,7). El yelmo significa la certeza de la salvaci?n. Por ?ltimo, el cristiano recibe de Dios la espada del Esp?ritu, es decir, la Palabra de Dios, que tiene poder de juicio, eficacia penetrante, fuerza creativa y capacidad destructiva. Es la verdadera fuerza del creyente. Es justo pensar en la "Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvaci?n" (1,13) que obra eficazmente no solo en un combate que ayuda a vencer al enemigo, sino que tambi?n sabe instaurar, con la fuerza del amor, el Reino de Dios entre los hombres. Tambi?n la oraci?n forma parte del combate contra el mal, sobre todo la oraci?n insistente. Es una constataci?n que recorre toda la Escritura, desde Abrah?n que intercede para salvar a Sodoma de la destrucci?n hasta las oraciones para derrotar al enemigo. Es urgente que nosotros y todas las comunidades cristianas recuperemos la fuerza hist?rica, salvadora de la oraci?n. La oraci?n, si se eleva a Dios con confianza, siempre surte efecto, como record? varias veces Jes?s. Pablo habla de "oraci?n y s?plica" para subrayar la indispensable perseverancia. La oraci?n por los "santos", la oraci?n para sostener y defender la vida de la comunidad, hace que estemos vigilantes y da fuerza a la comunicaci?n del Evangelio. Pablo tambi?n pide oraciones por ?l, para que -dice- "me sea dada la palabra al abrir mi boca" para comunicar el "misterio del Evangelio", es decir, la grandeza del amor de Dios por nosotros. La ep?stola termina con el deseo de bendici?n: paz y gracia, que provienen de Dios Padre y del Se?or Jesucristo. El saludo final es amplio y solemne: la "paz" est? asociada a la "caridad"; no existe una sin la otra. Tambi?n hoy la fuerza de los cristianos se basa en esas dos dimensiones.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.