ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Mi?rcoles 6 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 4,1-12

Por lo dem?s, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Se?or Jes?s a que viv?is como conviene que viv?is para agradar a Dios, seg?n aprendisteis de nosotros, y a que progres?is m?s. Sab?is, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Se?or Jes?s. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificaci?n; que os alej?is de la fornicaci?n, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasi?n, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de ?l en este punto, pues el Se?or se vengar? de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llam? Dios a la impureza, sino a la santidad. As? pues, el que esto deprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace don de su Esp?ritu Santo. En cuanto al amor mutuo, no necesit?is que os escriba, ya que vosotros hab?is sido instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practic?is bien con los hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continu?is practic?ndolo m?s y m?s, y a que ambicion?is vivir en tranquilidad, ocup?ndoos en vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo tenemos ordenado, a fin de que viv?is dignamente ante los de fuera, y no necesit?is de nadie.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo empieza esta parte de la ep?stola remiti?ndose a la autoridad de Jes?s. Y en su nombre muestra lo que "agrada a Dios" (4,1), como "su voluntad" (4,3; 5,18). Considera la exhortaci?n tan decisiva que la siente tan fuerte como una oraci?n. Los tesalonicenses ya saben c?mo comportarse para agradar a Dios: el mismo ap?stol se lo hab?a mostrado cuando estaba con ellos, tanto con el ejemplo como con la ense?anza. Deben perseverar en ese camino y distinguirse a?n m?s mientras lo recorren, hasta la santidad. La voluntad de Dios es nuestra santificaci?n, es decir, pertenecer en todo a Dios, alejarse del mundo y liberarse de sus lazos. Dios exig?a la santidad ya en el Antiguo Testamento: "Yo soy el Se?or, el que os he subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo" (Lv 11,44-45). Nunca se hab?a formulado de manera tan clara lo que Dios quiere de nosotros. En el Nuevo Testamento, sin embargo, la santidad ya no consiste en ofrecer sacrificios y en observar leyes, como pensaban los jud?os, sino en acoger al Esp?ritu Santo en el coraz?n. De ese modo, los creyentes se transforman en nuevas criaturas que viven y se comportan seg?n el Esp?ritu. Pablo exhorta a los tesalonicenses a tener comportamientos que respeten la dignidad del cuerpo y la santidad del matrimonio. Es fundamental abandonar la mentalidad paganizadora que hace que seamos esclavos de nosotros mismos y de nuestros instintos. Adem?s, previene de la sed de beneficio y de la codicia que llevan a oprimir a los dem?s y a humillarlos. Dios, contin?a escribiendo el ap?stol, "no nos llam? a la impureza, sino a la santidad" (4,7), es decir, a abandonar comportamientos egoc?ntricos y violentos para orientarnos hacia Dios. Por tanto, quien desprecia esos preceptos desprecia al mismo Dios, mientras que quien permanece en la "santidad" vive en el amor. Por eso el ap?stol escribe: "En cuanto al amor mutuo, no necesit?is que os escriba, ya que vosotros hab?is sido instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practic?is bien con los hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que sig?is progresando m?s y m?s" (4,9-10). Si el amor es el Esp?ritu infundido por Dios en el coraz?n de los creyentes, el mismo Esp?ritu es el maestro interior que gu?a a todo disc?pulo. El amor fraterno, de hecho, no es un precepto de los hombres, sino el mandamiento nuevo que Jes?s ha dado a los disc?pulos de todos los tiempos convirti?ndolo en signo distintivo de su lazo con ?l. Y es un don que hay que vivirlo cada vez con mayor amplitud. Nadie puede acomodarse en el amor que ya tiene. El mismo amor pide crecer y ampliarse. El ap?stol exhorta por ?ltimo a los tesalonicenses a llevar una vida serena, es decir, confiada a la voluntad de Dios, y a distinguirse por vivir "dignamente" ante los extra?os. Vuelve a la mente la afirmaci?n de los Hechos a prop?sito de los primeros cristianos de Jerusal?n, que "gozaban de la simpat?a de todo el pueblo" (Hch 2,47). Y podemos hacer nuestra tambi?n la otra recomendaci?n de Pablo a los Corintios: "No deis motivo de esc?ndalo ni a jud?os ni a griegos ni a la iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio inter?s, sino el de todos, para que se salven" (1 Co 10,32ss).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.