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Memoria de la Iglesia
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Recuerdo de Maria, enferma ps?quica que muri? en Roma. Con ella, recordamos a todos los enfermos ps?quicos. Recuerdo de los santos Joaqu?n y Ana. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 26 de julio

Recuerdo de Maria, enferma ps?quica que muri? en Roma. Con ella, recordamos a todos los enfermos ps?quicos. Recuerdo de los santos Joaqu?n y Ana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendr?n
un solo reba?o y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 5,5-14

De igual manera, j?venes, sed sumisos a los ancianos; revest?os todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasi?n, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues ?l cuida de vosotros. Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como le?n rugiente, buscando a qui?n devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que est?n en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, despu?s de breves sufrimientos, os restablecer?, afianzar?, robustecer? y os consolidar?. A ?l el poder por los siglos de los siglos. Am?n. Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, exhort?ndoos y atestigu?ndoos que esta es la verdadera gracia de Dios; perseverad en ella. Os saluda la que est? en Babilonia, elegida como vosotros, as? como mi hijo Marcos. Saludaos unos a otros con el beso de amor. Paz a todos los que est?is en Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con este pasaje de la ep?stola Pedro tal vez se dirige a los que ayudan a los ancianos en el servicio a la comunidad. Y dice que deben ser sumisos. Desde el inicio en la comunidad hay un orden para garantizar la armon?a y la estabilidad. Todos son exhortados a la humildad, es decir, a ser hijos del Padre del cielo y de la madre que es la Iglesia. La humildad hace que los cristianos sean similares a Jes?s que se pone al servicio de todos. Y la imagen que evoca el ap?stol es muy hermosa: revestirse de la humildad como si fuera un traje para el servicio mutuo. Se podr?a pensar f?cilmente que el ap?stol tiene presente la escena del lavatorio de los pies en la ?ltima cena. Y sin duda recuerda, tras sus ruidosas protestas, la advertencia del maestro: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (Jn 13,8). La humildad es la actitud que califica al disc?pulo y que lo salva del orgullo que es la base de todos los vicios y pecados. El adversario (el diablo), ya presente en el jard?n terrenal, por medio del orgullo sigue embaucando al hombre y sigue tent?ndolo para se haga esclavo suyo. A veces nos falta ser conscientes de la fuerza que tiene el mal, el diablo, esp?ritu de divisi?n, que cada d?a intenta someternos a su maldad. El ap?stol exhorta a resistir al mal porque sus actos tienen por objetivo destruirnos, devorarnos con sus fauces voraces e insaciables. La vida cristiana tambi?n es resistir al mal, adem?s de luchar contra ?l. No ceder a las tentaciones del maligno es ya un paso hacia la conversi?n. Y Pedro a?ade que en la fe podemos derrotarlo aunque parezca fuerte. Eso es lo que hizo Jes?s en el desierto: alej? las tentaciones con la fuerza de la Palabra de Dios. Si nos apoyamos en el Se?or y vivimos en sus atrios, es decir, si vivimos en la comunidad de los disc?pulos, nos mantendremos firmes y nada nos har? vacilar. El Se?or ser? nuestra salvaci?n. El ap?stol Pedro, como conclusi?n de su ep?stola, abre el futuro que espera a los disc?pulos: "despu?s de breves sufrimientos, os restablecer?, afianzar?, robustecer? y os consolidar?". S?, si los disc?pulos tienen por "cimiento" la roca que es Cristo, ya pueden vivir ahora la futura "condici?n de resucitados".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.