ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jes?s crucificado

Comienza la semana de oraci?n por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de la Iglesia Cat?lica. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado
Viernes 18 de enero

Comienza la semana de oraci?n por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de la Iglesia Cat?lica.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 7,14-25

Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en m?. Pues bien s? yo que nada bueno habita en m?, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en m?. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios seg?n el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi raz?n y me esclaviza a la ley del pecado que est? en mis miembros. ?Pobre de m?! ?Qui?n me librar? de este cuerpo que me lleva a la muerte? ?Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Se?or! As? pues, soy yo mismo quien con la raz?n sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo pone en estrecha relaci?n ley, pecado y muerte. No se trata de una visi?n pesimista de nuestro coraz?n. La experiencia que ?l describe, la descubrimos cada uno de nosotros en nuestra vida: ?Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero?. Parece que el yo no se reconoce en su propio comportamiento, o bien que est? como dividido interiormente entre hacer el bien y hacer el mal. Aun as?, tomar conciencia de esta contradicci?n inscrita en lo profundo de la vida de cada uno significa entender nuestro l?mite y nuestra finitud radicales. Pero de aqu? nace la oraci?n al Se?or para que venga en ayuda de nuestra debilidad. La primera lucha que el creyente est? llamado a combatir es precisamente la de su interior, en su mismo coraz?n, en su propia vida, para que no prevalezca el hombre carnal y crezca d?a a d?a el hombre espiritual. La conciencia de nuestra debilidad nos impulsa a dirigirnos a Dios, que no deja de hacer llegar su palabra y su ayuda a quien se las pide con fe. Adem?s, nosotros sabemos que nuestras contradicciones se deshacen con la claridad que viene del Evangelio. Es Jesucristo quien nos libra de las tinieblas interiores, que son compa?eras de la muerte. Por esto la oraci?n es el verdadero ?camino?, no para ahorrarnos nuestras luchas, sino para conseguir vivir la unidad de nuestro esp?ritu.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.