Palabras y decisiones de guerra, caminos de paz. Europa debe volver al «Nunca más». Artículo de Marco Impagliazzo en Avvenire

Recientemente el Parlamento Europeo ha rechazado con más de 470 votos sobre un total de 630 una enmienda de una propuesta de resolución sobre la política exterior de la Unión que propugnaba realizar urgentemente «esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra de Ucrania y al sufrimiento del pueblo ucraniano».
¿Qué significa rechazar un «esfuerzo diplomático»? Al parecer los eurodiputados decidieron rechazar la idea misma de negociar, que es la vía maestra hacia la paz. ¿Es esta la Europa que soñamos, la que en 2012 ganó el premio Nobel de la paz y cuyos cimientos fueron el «never again», no recurrir nunca más a la opción militar, después de la tragedia del segundo conflicto mundial? En Guerra y paz Tolstói escribe que «la guerra es lo más abominable de la vida», pero parece ser que eso se ha olvidado. Escasean las palabras y las iniciativas de paz. Ahora cuesta encontrar un líder político que invite a la mediación o a la moderación. Los estados europeos, uno tras otro, confirman su decisión de armarse más y de enviar armas cada vez más pesadas al frente de guerra que hay abierto en Europa, por más que sean para la parte agredida. Y también la Unión Europea se ha contagiado de una actitud belicista.
Las palabras y los eslóganes unitivos que a pesar de la guerra fría alimentaron –a veces con cierta hipocresía o instrumentalización– y educaron a generaciones enteras, y nos salvaron del holocausto nuclear entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX, se han esfumado como si nunca hubieran existido. Todavía se percibe un léxico de paz en algunos ámbitos, como las iglesias o las escuelas. Pero el mundo de la política y de los medios de comunicación va en otra dirección y considera que la palabra «paz» es un enredo o, en el mejor de los casos, no es más que un sueño ingenuo, de niños o de religiosos.
Quienes tienen el poder de decidir y quienes dominan la información no hablan de paz sino que se han convertido en expertos en armas y estrategias militares. Este es el tiempo en el que un primer ministro europeo quiere abolir el «Día de la oración» para poder aumentar los fondos destinados a la «defensa» con las armas; este es el tiempo en el que nos explican que la única opción posible para el futuro es la victoria militar de Ucrania sobre Rusia, cueste lo que cueste. No se tienen en cuenta a los muertos, a los heridos y a los mutilados, el sufrimiento indescriptible, la destrucción, las consecuencias ya visibles y las que pueden llegar a nivel mundial. Hay líderes que amenazan y no excluyen la posibilidad de apretar el botón del arma atómica, si se da el caso. Llegan declaraciones que no oímos ni siquiera durante la crisis de Cuba.
La situación en la que estamos no es culpa nuestra, de las democracias y menos aún de Ucrania. Es Rusia, la que ha desencadenado esta nueva y terrible fase del trágico conflicto de Ucrania. Lo repetimos hasta la saciedad: hay un agredido y un agresor. Pero tras once meses en los que se ha dado palabra únicamente a las armas y se ha amordazado la diplomacia, hay que hacerse ciertas preguntas urgentes.
Parece que se ha rehabilitado la guerra como única herramienta y como único horizonte posible. Pero el conflicto no se acerca a una solución de la crisis; al contrario: queda muy lejos. Al igual que en muchos otros casos recientes, en Ucrania la guerra sin límites complica el panorama y no resuelve nada. Nos preguntamos: ¿seguimos sintiendo el escándalo de la guerra o nos hemos acostumbrado a que sea inevitable? El belicismo general de la clase dirigente europea, tanto en la Europa del Este como en la occidental, intenta comunicarse con la opinión pública a través del sistema de los medios de comunicación antiguos y nuevos, y en el camino está creando un mecanismo preocupante. La actual falta de iniciativas para proponer cualquier tipo de fórmula negociadora es inquietante; solo se habla de armas.
La política, como la diplomacia, debería trabajar para la paz. Tal vez en segundo plano, pero incesantemente. Debería ser expresión del primado de las ideas y de las palabras frente a la fuerza bruta y la falta de imaginación. Debería tener la valentía de «pensar lo impensable», como dijo monseñor Gallagher, secretario de relaciones con los estados de la Santa Sede, en la conferencia «Las armas de la diplomacia: pensar lo impensable». Ya ocurrió, por ejemplo, cuando Meuccio Ruini, en diciembre de 1947, explicaba a la Asamblea Constituyente de Italia el porqué de la nueva formulación del artículo 11 de la Constitución italiana, el que expresa con claridad el «repudio» de la guerra: «Sentíamos como un grito de revuelta y de condena ante la consideración que se daba a la guerra en el oscuro periodo del que hemos salido. Ese es el sentimiento que nos ha guiado. En primer lugar había que elegir entre algunos verbos –renunciar, repudiar, condenar– que presentan las distintas enmiendas. La Comisión consideró que, mientras que "renuncia" presupone, en cierto modo, renunciar a un derecho, el derecho de la guerra (al que queremos oponernos), la palabra "repudia" tiene un acento enérgico e implica también la condena como la renuncia a la guerra».
Con palabras de esta fuerza se formó la conciencia democrática italiana y europea. Tenemos que volver a creer en ella.

Autor de la foto: CARLO LANNUTTI
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