ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n de la Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oraci?n de la Pascua


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere m?s!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 16,9-15

Jes?s resucit? en la madrugada, el primer d?a de la semana, y se apareci? primero a Mar?a Magdalena, de la que hab?a echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que hab?an vivido con ?l, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al o?r que viv?a y que hab?a sido visto por ella, no creyeron. Despu?s de esto, se apareci?, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunic?rselo a los dem?s; pero tampoco creyeron a ?stos. Por ?ltimo, estando a la mesa los once disc?pulos, se les apareci? y les ech? en cara su incredulidad y su dureza de coraz?n, por no haber cre?do a quienes le hab?an visto resucitado. Y les dijo: ?Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creaci?n.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere m?s!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tambi?n el evangelista Marcos, como Juan, escribe que Jes?s resucitado se aparece en primer lugar a Mar?a Magdalena. Esta mujer, que Jes?s hab?a liberado de siete demonios, se convierte en la "primera" anunciadora de la resurrecci?n. Ella, "que ha amado mucho" y que por ello mucho le ha sido perdonado, recibe el privilegio de ser la primera disc?pula del Resucitado, y la primera a la que se conf?a la tarea de anunciar la resurrecci?n. Los ap?stoles, mostrando una vez m?s su mezquindad, no la creen; son todav?a esclavos de la mentalidad de este mundo, y sobre todo de su desmemoria. El Se?or, desde el primer momento de la resurrecci?n, se sirve de la debilidad de esta mujer para confundir la presunci?n de los disc?pulos. La tradici?n bizantina, con una gran sabidur?a espiritual, la llama "ap?stola de los ap?stoles". El evangelista, en pocas l?neas, retoma el encuentro de Jes?s con los dos disc?pulos de Ema?s (narrado por Lucas bastante m?s extensamente), y reitera que a?n no se hab?a aparecido a los ap?stoles, es decir, a los que hab?a puesto al frente de su Iglesia. Una vez m?s los ap?stoles no quieren creer a los dos disc?pulos que cuentan lo que les hab?a sucedido. El evangelista parece querer subrayar la dificultad en creer en la resurrecci?n desde el comienzo de la Iglesia, desde el primer d?a. En cualquier caso las dificultades y la incredulidad que los disc?pulos encuentran no pueden frenar la urgencia por anunciar a todos la victoria de Jes?s sobre la muerte. A cada disc?pulo se le conf?a la tarea grave y emocionante de comunicar la resurrecci?n de Jes?s, su victoria sobre el mal y sobre la muerte. No es por casualidad que los primeros en anunciar la resurrecci?n no sean los ap?stoles, sino una mujer y dos disc?pulos an?nimos. Viene a decir que es tarea de todo creyente comunicar a todos el Evangelio de la Pascua.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.