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Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jes?s crucificado

Recuerdo de la dedicaci?n de las bas?licas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado

Recuerdo de la dedicaci?n de las bas?licas romanas de San Pedro del Vaticano y de San Pablo Extramuros.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 19,45-48

Entrando en el Templo, comenz? a echar fuera a los que vend?an, dici?ndoles: ?Est? escrito: Mi Casa ser? Casa de oraci?n. ?Pero vosotros la hab?is hecho una cueva de bandidos!? Ense?aba todos los d?as en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y tambi?n los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qu? podr?an hacer, porque todo el pueblo le o?a pendiente de sus labios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jes?s, aun sabiendo lo que le esperaba en Jerusal?n, no huy?, entr? en la ciudad santa y se dirigi?, tal vez con l?grimas todav?a en los ojos, hacia el templo. Dentro de aquellos muros estaba el coraz?n de Jerusal?n, el lugar de la presencia de Dios. Por desgracia el amor por el lucro hab?a invadido tambi?n aquel espacio dedicado a Dios y a la oraci?n. Aquella casa se hab?a transformado en un mercado, recept?culo de negocios y de compraventas. Ciertamente, ya no era la casa donde se ve?a de manera inequ?voca el amor gratuito de Dios por su pueblo. M?s bien se ve?a que el esp?ritu del mercado hab?a contaminado incluso la relaci?n con Dios. Se podr?a decir que el templo se hab?a convertido en el emblema de la situaci?n del mundo: un lugar esclavo del materialismo, de una vida entendida como mercado, como intercambio de mercanc?as. Para muchos, tambi?n hoy, lo importante en la vida es comprar y vender, adquirir y consumir. Y nada m?s. La dimensi?n de la gratuidad en la vida parece haber desaparecido, e incluso es intencionadamente prohibida. La ley del mercado se ha convertido en la nueva religi?n, con sus templos, sus ritos, sus altares en los que se sacrifica todo. Jes?s, enojado frente a este espect?culo mezquino adem?s de escandaloso, expulsa a los vendedores gritando: "Mi casa ser? casa de oraci?n". La ?nica relaci?n verdadera, lo ?nico que tiene ciudadan?a plena en la vida, es el amor gratuito por Dios y por los hermanos, que se convierte en un espacio para la presencia real de Dios en todas las ciudades. El espacio para Dios debe crearse en el coraz?n. All? es donde tenemos que ampliar la dimensi?n de la gratuidad y reducir la de negociar solo para nosotros mismos, para lograr un beneficio desmesurado a cualquier precio. Jes?s expulsa a los vendedores del templo y expulsa tambi?n aquel esp?ritu materialista fuertemente arraigado en nuestro coraz?n. Y nos anuncia de nuevo el Evangelio. Escribe el evangelista que a partir de aquel momento Jes?s se qued? en el templo y empez? a anunciar el Evangelio cada d?a. Aquel lugar -y esperamos que sea as? tambi?n para nuestro coraz?n- vuelve a ser el santuario de la misericordia y del amor. Por supuesto, no falta oposici?n a Jes?s por parte de los sabios y de aquellos que creen tenerlo todo ya claro, a pesar de que contin?en teniendo una mentalidad mercantil bien arraigada en el coraz?n. Los pobres y los d?biles, en cambio, que necesitan de todo y no pueden reclamar nada, acuden a ?l y est?n "pendientes de sus labios", tal como indica el evangelista. Se comprende as? la bienaventuranza que al inicio de la predicaci?n hab?a pronunciado Jes?s: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6, 20).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.