ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 14 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 5,17-30

Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.» Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo:
el Hijo no puede hacer nada por su cuenta,
sino lo que ve hacer al Padre:
lo que hace él, eso también lo hace igualmente el
Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo
y le muestra todo lo que él hace.
Y le mostrará obras aún mayores que estas,
para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos
y les da la vida,
así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie;
sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo
como honran al Padre.
El que no honra al Hijo
no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo:
el que escucha mi Palabra
y cree en el que me ha enviado,
tiene vida eterna
y no incurre en juicio,
sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo:
llega la hora (ya estamos en ella),
en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios,
y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo,
así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo,
y le ha dado poder para juzgar,
porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto:
llega la hora en que todos los que estén en los
sepulcros
oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien
para una resurrección de vida,
y los que hayan hecho el mal,
para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta:
juzgo según lo que oigo;
y mi juicio es justo,
porque no busco mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El pasaje del Evangelio de hoy se une directamente a la curación del paralítico de la piscina de Betesda que meditamos ayer. Los fariseos acusan a Jesús de violar el sábado, y de inducir a aquel paralítico a violarlo también, ya que debe tomar su camilla y llevársela a casa. Jesús se defiende afirmando con claridad la identidad de su acción con la del Padre que está en los cielos: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo". Era una afirmación que no podía dejar de causar escándalo, y efectivamente se abre definitivamente la hostilidad de los jefes del pueblo contra Jesús. No estaba en juego sólo la cuestión del sábado, sino la identidad misma de Jesús, la filiación divina. Era una afirmación blasfema: "Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios". Por lo demás, la filiación divina es precisamente el corazón de su Evangelio, de la buena noticia que Jesús había venido a comunicar a los hombres. Y ante la oposición de los fariseos, Jesús reafirma ser el Hijo de Dios que ha venido entre los hombres para continuar la obra del Padre. Ha venido para luchar contra la muerte y el mal y devolver la vida a quien la haya perdido. Jesús continúa en la tierra lo que el Padre había hecho desde el cielo. Por tanto, su obra es una obra de salvación que va más allá de la norma del "sábado". Es más, Jesús debe apresurar el sábado eterno cuando, como escribe Pablo, Dios será todo en todos (1 Co 15, 28). Toda la acción de Jesús entre los hombres es dar la vida, la vida verdadera que ni siquiera la muerte llega a aniquilar. Por eso añade solemnemente: "Llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo". Y pensando en todos los que le están escuchando, y los que en el futuro escucharán la palabra del Evangelio, dice: "El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna". Jesús no dice: "Tendrá vida eterna"", sino "tiene vida eterna". Quien acoge el Evangelio en el corazón recibe desde ahora la semilla de la inmortalidad. Ante nuestra debilidad y nuestra inseguridad, estas palabras fermentan la totalidad de nuestra existencia y la arrancan del abismo de la nada, porque nos unen al Señor resucitado. La eternidad ha comenzado ya en Jesús y en quien se une a Él. Quien ha oído la voz de Jesús en esta vida seguirá oyéndola y la reconocerá cuando los sepulcros se abran al final de los tiempos, y el reino de los cielos, que ya vivía en él, alcance su plenitud.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.