ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Oración con María, madre del Señor

Recuerdo de san Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, adonde había viajado para anunciar el Evangelio (+ 997). Permaneció en Roma, donde su recuerdo se venera en la basílica de San Bartolomé de la Isla. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 23 de abril

Recuerdo de san Adalberto, obispo de Praga. Sufrió el martirio en Prusia oriental, adonde había viajado para anunciar el Evangelio (+ 997). Permaneció en Roma, donde su recuerdo se venera en la basílica de San Bartolomé de la Isla.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 10,22-30

Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.» Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis.
Las obras que hago en nombre de mi Padre
son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis
porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz;
yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna
y no perecerán jamás,
y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos,
y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista constata que muchos se han reunido en aquel pórtico para escuchar a Jesús. Algunos le piden que les diga claramente si es o no el Mesías. Ya no quieren seguir en la incertidumbre y la duda. Las peticiones parecen legítimas: "¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente". La pregunta no era errónea. Pero no es posible reducir la búsqueda de Dios al deseo de tranquilidad o de bienestar personal. La búsqueda de Dios exige abandonar las propias certezas, las propias costumbres, para dejarse arrastrar por el diseño de amor de Dios, el mismo de Jesús, es decir, la salvación de todos empezando por los más pobres. Existe una sintonía entre el Padre que está en los cielos y el Hijo enviado para reunir el rebaño disperso y conducirlo a buenos pastos. Jesús les respondió: "Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí". Pero sus ojos estaban nublados por el egoísmo y una religiosidad que ni siquiera consideraba el bien de la gente y especialmente de los pobres. "Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas", les respondió Jesús. Ellos no se sentían necesitados de un pastor, necesitados de un guía, necesitados de una luz para sus pasos. Sin la disponibilidad de escuchar al Señor y su Palabra, sin el compromiso de hacer la vida más fraterna y solidaria, es prácticamente imposible acercarse al misterio de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.