ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 25 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 10,1-12

Y levantándose de allí va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con esta página comienza una nueva sección del Evangelio de Marcos: Jesús abandona la región definitivamente para ir a Judea y a Perea (la región que está más allá del río Jordán). El viaje al que se refiere el evangelista cubre un periodo de actividad misionera que va, precisamente, desde el final del ministerio en Galilea hasta su entrada mesiánica en la ciudad santa. Podríamos decir que Jesús está verdaderamente "en el camino" para encontrarse con la muchedumbre; y dialogando con esta aborda algunas cuestiones importantes de la vida. La primera se refiere al matrimonio y al mandamiento para los cónyuges de ser fieles a su unión; y deja clara la indisolubilidad originaria del matrimonio. La ley de Moisés había permitido al hombre el acta de repudio solo si el hombre "encontraba en ella algo vergonzoso". Pero Jesús dice que esta norma fue solo una concesión por parte de Moisés "por la dureza de vuestro corazón"; y deja claro que la intención originaria del Señor es un amor fiel para siempre; y es por esto por lo que en el rito cristiano del matrimonio se repiten las palabras que Jesús pronuncia en el Evangelio: "Lo que Dios unió, no lo separe el
Hombre". En realidad, la promesa de fidelidad y el deseo de una unión estable y capaz de durar "todos los días de mi vida", tal y como los esposos proclaman el día de la boda, son sentimientos presentes en el corazón de todo hombre y de toda mujer que comienzan el camino de la construcción de una familia. Jesús hace surgir y valora el deseo de cada uno de ser fiel y de no permanecer nunca solo, "en la alegría y en el dolor". No se trata simplemente de reiterar un principio abstracto, sino de hacer entender la urgencia del amor, de la fidelidad, de la comprensión mutua y también del perdón y de la capacidad de saberse acompañar en la vida matrimonial. Asimismo, estas palabras sugieren la vocación originaria de la comunión que el Señor ha inscrito en el corazón de cada uno. No es raro oír decir que un matrimonio y una familia estables ya no se adaptarían a los tiempos en que vivimos. Al que es más joven le parece especialmente difícil imaginar un amor definitivo y exclusivo para toda la vida. En el Evangelio, Jesús, mientras recuerda que la fidelidad es el deseo profundo que Dios ha inscrito en cada corazón, nos llama también a construir una familia que encuentre su fuerza en la familia más amplia que es la comunidad cristiana.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.