ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 10 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,20-23

«En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis,
y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora;
pero cuando ha dado a luz al niño,
ya no se acuerda del aprieto
por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora,
pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón
y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día
no me preguntaréis nada.
En verdad, en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús compara la fe con un parto, que es fruto de una larga y ardua gestación. La fe no es el resultado repentino de alguien que se cree brillante y, por tanto, dispuesto a creer, ni la fe es el resultado espontáneo de una condición natural de vida. En definitiva, aquí se toca con mano el hecho de que no se nace cristiano, sino que se llega a serlo, y además asumiendo un compromiso serio. En efecto, al igual que en el embarazo la mujer participa personalmente en el crecimiento de una nueva vida acogida en su seno, pero al mismo tiempo el desarrollo del niño no es fruto ni su capacidad ni de ningún don, así la Palabra de Dios, si es acogida en el corazón crece y se desarrolla, genera una nueva vida no porque seamos especialmente merecedores o capaces, sino porque la Palabra de Dios actúa con fuerza en quien la acoge y obra eficazmente, a pesar de las miles de dificultades que con demasiada frecuencia encontramos. No debemos desanimarnos por las dificultades que a menudo encontramos, debido a nuestras propias limitaciones, para vivir la Palabra de Dios, ni por la facilidad con que la dejamos escapar porque la practicamos poco o creemos conocerla. El trabajo del encuentro con la Palabra de Dios requiere paciencia y perseverancia. Si dejamos que la Palabra de Dios entre en nuestro corazón y no nos resistimos a ella, sentiremos crecer en nosotros al hombre interior. Este es el don del que habla el Evangelio. Y nadie nos lo puede negar ni quitar, porque es fruto de la escucha fiel.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.