ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 2 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 11,27-33

Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?» Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", dirá: "Entonces, ¿por qué no le creísteis?" Pero ¿vamos a decir: "De los hombres?"» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es la tercera vez que Jesús entra en Jerusalén y va al templo, que ya se ha convertido en el lugar donde enseña habitualmente. Pero los jefes del pueblo le preguntan por la autoridad de sus enseñanzas: «¿Con qué autoridad haces esto?». Jesús no había recibido ningún permiso para enseñar. Era un «laico» en el sentido de que no pertenecía a ninguna estirpe sacerdotal. Los jefes religiosos, en cambio, estaban convencidos de que su autoridad se basaba en la doctrina de Moisés. Pero ¿sobré que se basaba la autoridad de Jesús para echar a los vendedores del templo, para predicar y curar? Se trataba de una cuestión fundamental. Era un problema que ya había surgido en Nazaret, en la primera predicación que hizo Jesús. Tanto los habitantes de Nazaret como los jefes del pueblo no aceptaban que Jesús tuviera autoridad sobre ellos. Pero Jesús, siguiendo un típico método rabínico, les contesta con otra pregunta sobre Juan Bautista, cuya predicación y obras de penitencia conocían. Jesús responde de manera directa porque sabe perfectamente que su Palabra puede dar frutos solo si cae sobre la tierra de un corazón limpio y sincero. Aquellos sumos sacerdotes, aquellos escribas y aquellos ancianos habrían podido contestar de acuerdo a la verdad. En cambio, dicen «no sabemos» porque tienen miedo de que la gente, que apreciaba enormemente la obra del Bautista y recordaba la muerte que le propinó Herodes, se pusiera en contra de ellos. Jesús no contesta porque su palabra sería considerada vana y se perdería en corazones claramente falsos que no querían acogerla. En realidad el silencio de Jesús se debe a la sordera de aquel que no sabe ni quiere escuchar. La Palabra no habla a quien no está dispuesto a acogerla con un corazón abierto.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.