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Recuerdo de la dedicación de la basílica romana de Santa María de Trastévere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant'Egidio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 15 de noviembre

Recuerdo de la dedicación de la basílica romana de Santa María de Trastévere. En esta iglesia reza cada tarde la Comunidad de Sant'Egidio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 19,1-10

Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy nos unimos en la oración y en la alegría por la fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa María de Trastévere. El papa Inocencio III, el 15 de noviembre de 1215, acompañado por los obispos que participaban en el Concilio Lateranense IV que había empezado pocos días antes, fue a consagrar aquella basílica, una de las más destacadas de Roma. Es posible que también estuviera presente san Francisco, que había ido a Roma para el Concilio, y que había decidido residir en el Trastévere, cerca de la leprosería del puerto. La basílica ya existía al inicio del primer milenio. La comunidad cristiana empezó a reunirse precisamente en el Trastévere, en la «casa de Calixto», que luego se convirtió en la basílica del papa Julio y posteriormente en el edificio actual. En los años antiguos de Calixto la comunidad cristiana sintió la urgencia de la misión en una ciudad que todavía era pagana. Podríamos decir que desde entonces aquella basílica ha continuado siendo el signo y la presencia de Dios en esta zona de la ciudad. En las últimas décadas la presencia de la Comunidad de Sant'Egidio ha hecho como una renovación del milagro del antiguo título de aquella basílica: «fons olei». La basílica se ha convertido como en un santuario popular, una fuente de misericordia, donde muchos vienen a calmar su sed, a encontrarse con el Señor y sentir el calor del amor y del consuelo. Allí la Comunidad hace cada tarde la oración y allí los pobres son acogidos y amados. En aquella basílica empezó la comida de los pobres por Navidad, aquel «pesebre» contemporáneo que ahora se ha difundido por muchas ciudades del mundo. Podríamos decir que es la basílica de todos, pero especialmente de los pobres. Este año recordamos la fiesta de la dedicación para unirla al cincuenta aniversario de la Comunidad de Sant'Egidio. La basílica se ha convertido como en su casa hermosa. A lo largo de este año la basílica ha podido ver la alegría de muchas personas que dan gracias al Señor por el don de la Comunidad. Es la alegría de Zaqueo, de los muchos zaqueos que acogen al Señor y cambian su vida. Podríamos decir, que a diferencia de lo que narra el pasaje evangélico, en este caso es más bien el Señor, quien nos acoge en su casa. En la basílica -y unidos a ella, todos los lugares de oración de la Comunidad- el Señor nos acoge, nos habla, nos alimenta, nos calienta el corazón, nos enseña a abrir las puertas a todos y especialmente a los pobres. Zaqueo nos enseña a bajar en seguida y a entrar porque el Señor quiere estar con nosotros. Y nosotros, desde la basílica y desde todos los lugares de la Comunidad, podemos repetir: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa».

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.