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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 15 de enero

Fiesta del Cristo negro de Esquipulas, en Guatemala, venerado en todo Centro América.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,5-12

En efecto, Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del cual estamos hablando. Pues atestiguó alguien en algún lugar: ¿Qué es el hombre, que te acuerdas de él? ¿O el hijo del hombre, que de él te preocupas? Le hiciste por un poco inferior a los ángeles; de gloria y honor le coronaste. Todo lo sometiste debajo de sus pies. Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo. Y a aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos. Y también:

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que de él te preocupes?". El autor de la Carta a los Hebreos cita el Salmo 8 para recordar a los creyentes lo extraordinario del amor de Dios, que para salvar a los hombres de la esclavitud del mal y de la muerte, no se queda mirando desde lo alto del cielo, sino que envía a su propio Hijo para que cuide de ellos y los salve. Para el Señor, los hombres no son una nimiedad sino el objeto de su amor. Es este amor sin límites por los hombres para que "llevara muchos hijos a la gloria" (v. 10) lo que ha empujado al Señor a enviar a su proprio Hijo sobre la tierra. Por su parte, el Hijo bajó hasta lo más profundo de la humanidad, hasta el abismo donde los hombres se han dejado caer, para recoger a todos y ponerlos a salvo. De este modo Jesús se ha convertido en el que "iba a guiar a la salvación" (v. 10) a los hombres, verdadero "hermano" que no soporta lejanía alguna. Aun siendo Hijo del Altísimo no se avergonzó de nosotros, de nuestro pecado, de nuestra pobreza. Es una afirmación que debe hacernos reflexionar sobre la calidad del amor que Dios siente por nosotros: un amor que supera ampliamente nuestro pecado, nuestra lejanía de él. Es un amor inimaginable para la razón humana. Es la tarea que Jesús el Hijo ha asumido. Y asegura al Padre que está en los cielos: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré" (v. 12). El día de Pascua, a las mujeres que encontró muy de mañana, les dice: "Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28,10).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.