ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 16 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 2,14-18

Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Para los cristianos de aquella época que vivían bajo la pesadilla de las persecuciones y de los sufrimientos, el anuncio de tener un sumo sacerdote misericordioso era de gran consolación. La pasión y muerte de Jesús ha derrotado el poder del "diablo" reduciéndolo así a la impotencia. El poder del mal no podía destruir la comunidad de los "hermanos" del Señor. Jesús se había hecho cargo del cuidado de sus hermanos: "Porque, ciertamente, no es a los ángeles a quienes tiende una mano, sino a la descendencia de Abrahán" (v. 16). Y no lo hace a distancia. Al contrario, se ha hecho semejante en todo a sus hermanos para hacerse cargo hasta el fondo. Y es por esta fraternidad radical que ha sido constituido por el Padre "sumo sacerdote misericordioso". Es la primera vez que en el Nuevo Testamento se utiliza este título para Jesús. El autor lo inscribe, sin embargo, no en una perspectiva de distancia de los hombres, sino dentro del lazo filial directo con el Padre y de la fraternidad con los hombres. Es esta comunión, pagada por Jesús con su propia muerte, la que lo hace "sumo sacerdote" lleno de misericordia para los cristianos y para toda la humanidad. Escribe el autor: "habiendo pasado él la prueba del sufrimiento, puede ayudar a los que la están pasando" (v. 18). Él es "sumo sacerdote" precisamente por el lazo de fraternidad que ha establecido con la estirpe de Abrahán, es decir, los discípulos y toda la humanidad. En esta comunión que une el Padre, el Hijo y la comunidad de los hermanos se entrevé el misterio mismo de la Iglesia, entendida precisamente como una comunidad que reza y que vive en la presencia del trono de Dios desde su sumo sacerdote, Jesucristo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.