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Memoria de la Madre del Señor
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Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de los santos Antonio y Teodosio, fundadores de la laura de las cuevas de Kiev (†1073) y padres del monaquismo ruso y ucraniano. Recuerdo de los cristianos de Ucrania y de Rusia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 23 de julio

Recuerdo de los santos Antonio y Teodosio, fundadores de la laura de las cuevas de Kiev (†1073) y padres del monaquismo ruso y ucraniano. Recuerdo de los cristianos de Ucrania y de Rusia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Éxodo 14,21-31

Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yahveh hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos de Faraón, y los carros con sus guerreros. Llegada la vigilia matutina, miró Yahveh desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó la ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad. Y exclamaron los egipcios: "Huyamos ante Israel, porque Yahveh pelea por ellos contra los egipcios." Yahveh dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros de los carros." Extendió Moisés su mano sobre el mar, y al rayar el alba volvió el mar a su lecho; de modo que los egipcios, al querer huir, se vieron frente a las aguas. Así precipitó Yahveh a los egipcios en medio del mar, pues al retroceder las aguas cubrieron los carros y a su gente, a todo el ejército de Faraón, que había entrado en el mar para perseguirlos; no escapó ni uno siquiera. Mas los israelitas pasaron a pie enjuto por en medio del mar, mientras las aguas hacían muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó Yahveh a Israel del poder de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a orillas del mar. Y viendo Israel la mano fuerte que Yahveh había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yahveh, y creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con la fuerza de la compañía de Dios, Moisés extendió su mano sobre el mar cuando todavía estaba cerrado. Y el mar se abrió. La sabiduría de Israel en el Talmud comenta que las aguas del mar se abrieron solo después de que el primer judío pusiera los pies en el agua. El creyente, como Moisés, confía en Dios y no espera a estar seguro, a tener todas las respuestas con antelación. Pero confiar en el Señor no significa pasividad. Moisés se enfrenta al mar, convence a los suyos y los hace avanzar a pesar de sus resistencias y sus miedos, los explícitos de la nostalgia y los ocultos que apagan la esperanza, que "entristecen" el Espíritu, como diría el apóstol Pablo. El creyente confía en el Señor sabiendo que Él nunca deja solo a nadie, que su amor es fiel y que salva de las manos de los enemigos. El creyente confía en el Señor no porque lo ha logrado todo, sino porque sabe que el Señor no permite que nos falte nada. Las aguas del mar Rojo son, como reza la liturgia de Pascua, la prefiguración del futuro pueblo de los bautizados, de aquellos a los que Dios elige y toma consigo, salvándolos del mal y formando con ellos un pueblo. Israel vio la mano poderosa del Señor que lo había salvado de la esclavitud de Egipto. Y Moisés era su signo visible. Sucede lo mismo con la comunidad de los creyentes. También a través de sus actos el Señor salva a muchos de las esclavitudes de este mundo. Y el Señor sigue hoy -a través de las "manos" de su pueblo que escucha y sigue el Evangelio- haciendo "milagros" y prodigios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.