ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 2 de diciembre

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 4,2-6

Aquel día el germen de Yahveh
será magnífico y glorioso,
y el fruto de la tierra
será la prez y ornato
de los bien librados de Israel. A los restantes de Sión
y a los que quedaren de Jerusalén,
se les llamará santos:
serán todos los apuntados
como vivos en Jerusalén. Cuando haya lavado el Señor
la inmundicia de las hijas de Sión,
y las manchas de sangre de Jerusalén haya limpiado
del interior de ella con viento justiciero y viento
abrasador, creará Yahveh
sobre todo lugar del monte de Sión
y sobre toda su reunión,
nube y humo de día,
y resplandor de fuego llameante de noche.
Y por encima la gloria de Yahveh
será toldo y tienda
para sombra contra el calor diurno,
y para abrigo y reparo contra el aguacero y la lluvia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos ante palabras de esperanza para un pueblo y una ciudad marcadas por la guerra y la destrucción. El profeta ve en ese "germen" la esperanza de un pueblo nuevo que habitará toda Jerusalén. El Señor abre para su pueblo un tiempo nuevo de crecimiento y de fuerza. Esta conciencia empuja al profeta a llamar a ese pequeño resto, grupo de supervivientes, "santo", es decir, un germen que es bendecido por Dios. En efecto, santo es quien acoge el amor de Dios, quien vive en comunión con él, quien obedece a sus mandamientos, el que camina a su luz. Cuando los tiempos son difíciles, cuando la violencia del mal y de la guerra destruyen hombres y cosas, Dios no está lejos, aunque parezca poco visible o incluso imposible de aferrar. El Señor ha asumido un compromiso de fidelidad y apoyo para su "pequeño resto". No solo no lo abandona sino que lo acompaña y lo protege. Y ese germen -dice el profeta- "será magnífico y glorioso", no como el mundo cree, sino como un árbol que produce frutos de bien para todos. Por eso también nosotros, creyentes del último momento, necesitamos invocar al Señor para que esté a nuestro lado, para que no venza el mal, y todos los pueblos puedan esperar un nuevo futuro. La Palabra de Dios nos sacude mientras estamos dominados por el sueño de la resignación y nos despierta a la esperanza de un mundo de paz. La oración está en la raíz de la paz. Esta hace germinar la paz también en una tierra árida y devastada. Este es el anuncio del profeta, un hombre que no renuncia a creer en el amor de Dios que derrota el mal y salva a su pueblo. Él habla de la "gloria de Dios", es decir, de su amor fuerte que acompaña a su pueblo día y noche. Retomando la historia de la nube del éxodo, el profeta nos recuerda la protección de Dios que como una nube nos ampara del sol de día y como un "resplandor de fuego llameante" nos acompaña por la noche para que no perdamos el camino.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.