ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII, distribuyó sus bienes a los pobres y entró en la laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 4 de diciembre

Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII, distribuyó sus bienes a los pobres y entró en la laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 25,6-10a

Hará Yahveh Sebaot
a todos los pueblos en este monte
un convite de manjares frescos, convite de buenos
vinos:
manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos
y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh
las lágrimas de todos los rostros,
y quitará el oprobio de su pueblo
de sobre toda la tierra,
porque Yahveh ha hablado. Se dirá aquel día: "Ahí tenéis a nuestro Dios:
esperamos que nos salve;
éste es Yahveh en quien esperábamos;
nos regocijamos y nos alegramos
por su salvación." Porque la mano de Yahveh
reposará en este monte,
Moab será aplastado en su sitio
como se aplasta la paja en el muladar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La salvación se presenta como un banquete preparado para todos los pueblos, sin exclusión de ninguno. Él es el Padre de todos los pueblos, y quiere que todos nos salvemos. El tiempo del Adviento nos hace pregustar la alegría de este banquete. Desgraciadamente hoy es frecuente -también entre los cristianos- reducir la salvación al propio bienestar individual o a la propia tranquilidad. Son demasiados los que todavía están excluidos -muchas veces con violencia- del banquete de la vida. Lamentablemente, la globalización no ha significado la extensión de la mesa para que todos puedan tomar parte en ella. Esta página bíblica nos revela el gran sueño de Dios: la salvación es para todos los pueblos. No hay salvación solo para algunos, quizá para algún que otro grupo que se cree perfecto. El profeta sugiere que el Señor prepara con sus propias manos el banquete para los pueblos, para que todos puedan gustar la dulzura de la comunión con él y, por tanto, también entre ellos. Y Jesús -consciente de esta tradición profética- compara el reino de los cielos con un convite (Lc 14,15-24) al que Dios invita "a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos". Con una imagen al revés -¡verdaderamente el reino de Dios es otro mundo!- en el banquete del cielo los ausentes son los ricos, no porque hayan sido excluidos sino porque lo rechazan. Sin embargo, el banquete del reino no llega solo al final de los tiempos. Comienza ya desde ahora. De hecho, cada vez que se estrechan lazos de amistad y de cariño, cada vez que se crea una familiaridad nueva, el banquete del cielo empieza ya en esta tierra. El Señor está ya desde ahora manos a la obra. En este banquete se elimina también la muerte. Por esto junto al apóstol podemos decir desde ya,: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! " (1 Co 15,55-57).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.