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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Antonio abad (†356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 17 de enero

Recuerdo de san Antonio abad (†356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 8,4-7.10-22

Se reunieron, pues, todos los ancianos de Israel y se fueron donde Samuel a Ramá, y le dijeron: "Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Pues bien, ponnos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones." Disgustó a Samuel que dijeran: "Danos un rey para que nos juzgue" e invocó a Yahveh. . Pero Yahveh dijo a Samuel: "Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos. Samuel repitió todas estas palabras de Yahveh al pueblo que le pedía un rey, diciendo: "He aquí el fuero del rey que va a reinar sobre vosotros. Tomará vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Los empleará como jefes de mil y jefes de cincuenta; les hará labrar sus campos, segar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. Tomara vuestras hijas para perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejores olivares y se los dará a sus servidores. Tomará el diezmo de vuestros cultivos y vuestras viñas para dárselo a sus eunucos y a sus servidores. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros mejores bueyes y asnos y les hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus esclavos. Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahveh no os responderá." El pueblo no quiso escuchar a Samuel y dijo: "¡No! Tendremos un rey y nosotros seremos también como los demás pueblos: nuestro rey nos juzgará, irá al frente de nosotros y combatirá nuestros combates." Oyó Samuel todas las palabras del pueblo y las repitió a los oídos de Yahveh. Pero Yahveh dijo a Samuel: "Hazles caso y ponles un rey." Samuel dijo entonces a todos los hombres de Israel: "Volved cada uno a vuestra ciudad."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo ocho del primer libro de Samuel tiene un lugar clave en la historia de la monarquía de Israel. El pueblo mismo le pide un rey al Señor. Samuel es viejo y todavía está en ejercicio, pero sus hijos, a los que él nombró jueces, "no siguieron su camino: se dejaron seducir por el lucro" (v. 3). Con su comportamiento traicionan el principio en el que se basa la estabilidad de Israel, es decir, la práctica de la justicia igual para todos, sin privilegios ni preferencias. Su corrupción menoscaba radicalmente la convivencia misma de Israel. Samuel, por su parte, no tiene fuerzas para intervenir y corregirlos y aún menos para detenerlos. La corrupción se extiende por doquier y la situación del pueblo se hace ingestionable. Los ancianos deciden pedirle un rey, "como todas las naciones" (v. 5). Samuel se siente dolido. Pero el Señor, que lee más en profundidad, le dice: "no te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que reine sobre ellos" (v. 7). El Señor subraya que en toda su historia el pueblo de Israel "abandona" en multitud de ocasiones la alianza para seguir a otros dioses. Con todo, le dice a Samuel que conceda a los ancianos lo que le piden. No aprueba pero no impide. Y le pide a Samuel que "advierta" a los israelitas sobre las consecuencias de su decisión. El pueblo volverá a ser esclavo: "seréis... criados". Hay que "advertir" a Israel, que todavía recuerda el Éxodo y la liberación de la esclavitud, de que la monarquía implica volver a vivir la antigua situación de esclavitud. Y cuando se "lamente" a Dios, el Señor no "responderá" (v. 18). Pidiendo un rey rompen el corazón del pacto de fidelidad absoluta y única que une al Señor con Israel. El pueblo prefiere amoldarse a la mentalidad de los otros pueblos porque piensa que el rey es el verdadero garante de su libertad. El Señor, que quiere guiar a su pueblo con amor y no con tiranía, da libertad a Israel, pero le advierte de que la pretensión de tener un rey nace de un orgullo ciego y lleva a la derrota. Por suerte el amor de Dios es más fuerte que nuestras traiciones. No podemos jugar con el corazón, ni con el nuestro ni con el de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.