ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Día europeo de recuerdo de la Shoá. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 27 de enero

Día europeo de recuerdo de la Shoá.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 5,1-7.10

Vinieron todas las tribus de Israel donde David a Hebrón y le dijeron: "Mira: hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya de antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. Yahveh te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el caudillo de Israel." Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, a Hebrón. El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahveh, y ungieron a David como rey de Israel. Treinta años tenía cuando comenzó a reinar y reinó cuarenta años. Reinó en Hebrón sobre Judá siete años y seis meses. Reinó en Jerusalén sobre todo Israel y sobre Judá 33 años. Marchó el rey con sus hombres sobre Jerusalén contra los jebuseos que habitaban aquella tierra. Dijeron éstos a David: "No entrarás aquí; porque hasta los ciegos y cojos bastan para rechazarte." (Querían decir: no entrará David aquí.) Pero David conquistó la fortaleza de Sión que es la Ciudad de David. David iba medrando y Yahveh el Dios Sebaot estaba con él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje narra el momento de la investidura de David como rey de todo Israel. Las tribus del Norte deciden aliarse con David y le proponen que reine también sobre Israel. El reino estaba vacante desde que asesinaran a Isbaal y a su general, Abner. En ambos casos sorprende la actitud de David, que no se alegra por el duelo que se había abatido sobre la casa de Saúl, aunque aquello allanara el camino hacia la reunificación nacional. David no quiere construir su reino sobre la sangre. Las distintas tribus decidieron unirse a David, y tenerlo como su único rey. David acepta porque ve en todo aquello la voluntad de Dios. Sabe que no es rey por méritos propios, sino por obra de Dios, que lo había elegido en lugar de elegir a Saúl, cuando este se había hecho indigno del don de la realeza. Dos acontecimientos afianzan el reino de David: la toma de la fortaleza de Sión, que se convertirá en capital del reino unido (5,6-12) y la victoria contra los filisteos (5,17-25). La conquista de la "fortaleza de Sión" (v. 7) se presenta como la más brillante y genial empresa de David. La "fortaleza" era un islote que, por su situación estratégica había quedado intacto, sin que la tribu de Benjamín, a cuyo territorio pertenecía, lo hubiera podido conquistar. Que la empresa era difícil lo demuestran los escarnios de los sitiados, cuyo proverbio (v. 6) era como decir que nadie lograría entrar en su fortaleza, aunque los defensores fueran únicamente ciegos y cojos. David comprendió que si se hacía con la fortaleza podría transformarla en capital del reino unido. De aquel modo le daba al reino una capital casi en el centro del país, a mitad de camino entre Judá e Israel, en una zona neutra que nadie podía reivindicar por motivos territoriales o ideológicos. Sión será llamada "ciudad de David".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.