ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Viernes 18 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 15,12-20

Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol continúa su discurso sobre la resurrección de Jesús. Es necesario comprender profundamente el misterio de la Pascua. Y es necesario, entre otros motivos, porque se habían difundido por la comunidad ideas erróneas sobre la resurrección de los muertos. Algunos -no sabemos si a causa de influencias griegas- consideraban que no habría resurrección de la muerte. Pablo contesta con decisión afirmando que dichas ideas contrastan radicalmente con la fe en la resurrección de Jesús. La reacción de Pablo es más bien concisa: "Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó; y si no resucitó Cristo, nuestra predicación es vana, y vana también vuestra fe". El apóstol ha comprendido la centralidad de la resurrección de Jesús en el misterio de la salvación de la creación. Con Jesús resucitado empieza el mundo nuevo de Dios, del que Jesús es la "primicia", como recalca el apóstol. La Pascua de Jesús divide la historia en dos: la de antes de la resurrección que está bajo la esclavitud del mal y de la muerte y la que empieza la mañana de Pascua con la resurrección de Jesús. Ha empezado el tiempo de los hijos de la resurrección. Jesús es el "primogénito". El misterio de la resurrección es la novedad cristiana que el apóstol ha querido que fuera el corazón de su predicación. Ninguno de los autores del Nuevo Testamento habla de ella tan extensamente. Solo hay que pensar en la predicación que hace en el areópago de Atenas: a aquellos sabios que creían en la inmortalidad del alma, él les predica la resurrección de la carne, la resurrección del cuerpo, considerado una prisión. El apóstol es consciente de que la predicación de la resurrección de los muertos es la "buena noticia" que al mismo tiempo que nos libra de la muerte, también hace que seamos hijos de la resurrección ya ahora.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.