ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 2 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 15,29-37

Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino.» Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?» Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos.» El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, de vuelta en Galilea, sube a la montaña de nuevo. Ese lugar elevado, donde el Hijo y el Padre se encuentran en la oración, se transforma en un santuario donde traen a los enfermos, a los pobres, a los lisiados para que sean bendecidos por Jesús y sanados. De hecho, esto es lo que hace Jesús: cura a aquellos enfermos y dirige su palabra a todos. El texto sugiere que todo esto sucede durante tres días seguidos, casi sin interrupción. La elección de esa muchedumbre de continuar con Jesús a pesar de tantas dificultades cuestiona nuestra pereza, nuestra distracción ante la Palabra de Dios. Durante tres días enteros le han estado escuchando. Jesús se da cuenta de esto y se conmueve. Y decide, después de haber alimentado sus corazones con el pan de la Palabra, alimentarles también con el pan material. Los discípulos, a diferencia de Jesús, no entienden y por lo tanto no se conmueven por la perseverancia de aquella muchedumbre que, para escuchar a Jesús, olvidaba comer. Y cuando Jesús les señala esto, los discípulos no saben hacer otra cosa que mostrar su resignación: no se puede hacer nada. Jesús no se resigna y les invita a buscar si hay pan entre la gente. Los discípulos, obedientes al mandato de Jesús, encuentran siete panes. El siete indica "lo completo": no se trata de dar una simple limosna, sino un verdadero alimento. Esta es la tarea que Jesús confía a su Iglesia, a sus discípulos. No es casualidad que siete diáconos sean elegidos por los apóstoles para el servicio de las mesas. Jesús toma esos siete panes y los multiplica por las cuatro mil personas presentes. El milagro viene del amor apasionado de Jesús por aquella muchedumbre multitud, cansada y hambrienta. Esta página del Evangelio nos invita a tener la misma compasión por los débiles y los pobres: también nosotros participaremos en el milagro de la multiplicación del amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.