ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 3 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 20,17-28

Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará. Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. El le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Dícenle: «Sí, podemos.» Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre. Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jesús se está acercando a Jerusalén, y por tercera vez, de forma más extensa que las anteriores, confía a sus discípulos lo que le espera en la ciudad santa: será condenado a muerte, entregado a los tribunales paganos, crucificado, y al tercer día resucitará. Los discípulos, como a menudo nos sucede también a nosotros, no le escuchan, o piensan que exagera, como de costumbre. O bien hacen una escucha selectiva, y en este caso borran la resurrección. El evangelista narra que los discípulos, ante este anuncio repleto del drama de la muerte, tienen la cabeza en otra parte. Jesús piensa con gran preocupación en lo que le ocurrirá en Jerusalén, y ellos en cambio se preocupan por el puesto que van a ocupar o que van a reivindicar para sí. Jesús va hacia la cruz, y ellos piensan en "tronos de gloria". Es cierto que la escena se ve interrumpida por la madre de los Zebedeos, que le habla a Jesús de sus hijos. Podríamos decir que es una escena de recomendación muy normal, que todos conocemos bien, pero que revela también esa preocupación por uno mismo o los propios familiares, por nuestro futuro y bienestar o por los de ellos, que recorre todos los tiempos. Y Jesús, con gran paciencia, vuelve a enseñar a los discípulos para que aprendan el camino que deben seguir, y por tanto las cosas que deben pedir. Como un buen maestro acepta su ambición, pero le cambia el sentido, le da la vuelta: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo". Es el camino contrario al que propone el mundo, al que nosotros instintivamente elegimos. Jesús, con su propia vida, nos muestra la "alteridad" respecto al estilo de vida del mundo y a ese narcisismo que está envenenando la sociedad: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". Se lo pide a sí mismo y a todo el que quiere seguirlo: es el camino hacia la Pascua de resurrección, que pasa sin embargo por la cruz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.