ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Pascua
Martes 6 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 20,11-18

Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

María Magdalena se ha quedado junto al sepulcro y llora la muerte de su Señor. Fue al sepulcro y, al no encontrarlo, continúa su búsqueda. Le pregunta a todos dónde puede estar el maestro: a los dos ángeles "de blanco" y al "jardinero". Su objetivo es buscar a aquel sin el cual se siente perdida; no le interesa nada más. Esta pasión suya es un ejemplo de la verdadera creyente, de quien no deja de buscar al Señor. Tras preguntar a los dos ángeles ve a un hombre que ella piensa que es el "jardinero". Es Jesús resucitado. Ella lo ve con los ojos del cuerpo, pero no lo reconoce con los ojos del corazón. Solo cuando escucha la voz de aquel hombre que la llama por su nombre, se conmueve su corazón y se le abren los ojos del cuerpo. Es una escena emblemática que describe con toda su fuerza el sentido de la fe. Este "icono" evangélico ilustra lo que ocurre cuando se nos dirige la Palabra de Dios. No son los ojos del cuerpo los que nos permiten reconocer a Jesús, sino su voz y su palabra. Escuchar la Palabra de Dios con el corazón de aquella mujer, que buscaba por todos los medios a su Maestro, significa no solo reconocerlo sino no volver a abandonarlo. La voz de Jesús resucitado es el Evangelio. Aunque la oigamos un instante, una sola vez, ya no renunciaremos a ella. La familiaridad con las palabras evangélicas es familiaridad con Jesús: es el camino para encontrarle. Al escucharle María se arroja a los pies de Jesús y le abraza. "Deja de tocarme... Pero vete a mis hermanos". El amor evangélico es una energía que empuja a ir más allá. No es un amor que hace permanecer en el lugar de siempre, ni una posesión para disfrutarla individualmente. María comprendió que el Resucitado estaría con ella para siempre, y por eso, llena de alegría, corre hacia los discípulos para anunciar a todos: "¡He visto al Señor!". Ella, la pecadora, se convirtió en la primera "apóstol" del Evangelio de la resurrección.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.