ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 14 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,16-21

Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado;
pero el que no cree, ya está juzgado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está
en que vino la luz al mundo,
y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz,
para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad,
va a la luz,
para que quede de manifiesto
que sus obras están hechas según Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." En esta frase de Jesús a Nicodemo está la síntesis del Evangelio de Juan. Jesús es el don del Padre a la humanidad, un don que brota de un amor sin límites para todos. Tan grande es el deseo de Dios de que los hombres no se pierdan en la espiral del mal, que decide envíar a su propio Hijo para liberarlos de la esclavitud del mal y conducirlos a la salvación. El envío del Hijo a la tierra por parte del Padre, y el amor del Hijo por nosotros, que llega hasta la muerte en cruz, muestran que el amor es don, servicio, disponibilidad para dar la vida por la salvación de los demás. Este amor -dice Jesús a Nicodemo- es lo que explica el misterio de su venida al mundo. No para condenar, sino para salvar a los hombres del mal y liberarlos de toda esclavitud. El horizonte que acoge este misterio de salvación es precisamente el amor: el amor de Dios por nosotros y, en consecuencia, la respuesta de amor del hombre hacia Dios. La fe es la sustancia del amor: Dios no quiere súbditos sino hombres que le amen. La fe, y por tanto la salvación, consiste en acoger el amor desmesurado y gratuito de Jesús. Quien lo acoge como enviado del Padre, ése es creyente y por tanto ya está salvado. Quien rechaza ese amor ya está juzgado, no por Jesús sino por su propio rechazo, porque se sustrae a la fuerza del amor que libera de la espiral del mal, y permanece en la oscuridad del amor por sí mismo. Es el amor que los cristianos están llamados a testimoniar en un mundo duramente castigado por el mal de la pandemia, de la pobreza que crece, y de la violencia de los egoísmos. La frontera que espera a los cristianos en este tiempo es la de la fraternidad entre todos los pueblos. Los "hijos de la resurrección" están llamados a ser testigos de la eficacia liberadora del amor de Dios que se manifiesta en Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.