ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge (†303 aprox.), que murió mártir para liberar a la Iglesia Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 6 de mayo

El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra san Jorge (†303 aprox.), que murió mártir para liberar a la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,9-11

Como el Padre me amó,
yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor,
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, continuando el discurso a los discípulos, confiesa abiertamente la naturaleza de su amor: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros". Jesús no se siente disminuido al decir que su amor por los discípulos es fruto de un amor más grande. Empujados por nuestro protagonismo, por la necesidad de parecer originales y de no depender de nadie, nos avergüenza admitir que nuestra felicidad depende del amor de otro más grande que nosotros. Es el fruto amargo de un individualismo que está envenenando cada aspecto de nuestra cultura, y cuyo fruto es el resquebrajamiento de la comunión, el debilitamiento de la solidaridad. La independencia de los demás no conduce al amor sino a su contrario, la soledad. La soledad es un virus muy peligroso que provoca una pandemia terrible: entristece el ánimo, reseca el corazón, debilita los brazos, hace incapaces de amar. Si permanecemos en el amor de Jesús redescubrimos el gusto del amor recíproco, y el sueño de esa fraternidad universal que Dios ha depositado en el corazón de todo hombre, y que Jesús nos propone de nuevo como destino común de todos los pueblos de la tierra. Acoger este sueño de Dios para el mundo es la esencia de nuestra vida y de nuestra alegría. De aquí proviene la urgencia de implicar en esta revolución de la fraternidad a todos los que han sido marginados y excluídos. La alegría plena prometida por Jesús no está hecha de satisfacciones individuales pequeñas y pasajeras, sino de la participación en el gran diseño de Dios para el mundo. La verdadera alegría está en amar a Jesús como él nos ha amado, haciéndonos sus hermanos en el gran proyecto para la salvación del mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.