ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 11 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,5-11

Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado,
y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?" Sino que por haberos dicho esto
vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad:
Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito;
pero si me voy,
os lo enviaré: y cuando él venga,
convencerá al mundo
en lo referente al pecado,
en lo referente a la justicia
y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado,
porque no creen en mí; en lo referente a la justicia
porque me voy al Padre,
y ya no me veréis; en lo referente al juicio,
porque el Príncipe de este mundo está juzgado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

San Agustín comenta así este pasaje del discurso de Jesús haciéndole decir: "Os conviene que esta forma de esclavo os sea quitada. Palabra hecha carne, habito ciertamente entre vosotros; pero no quiero que me queráis aún carnalmente ni que, contentos con esa leche, ansiéis ser siempre bebés. Si no hubiere retirado los alimentos tiernos con que os he alimentado, no hambrearéis el alimento sólido; si os hubiereis adherido carnalmente a la carne, no seréis capaces del Espíritu". Para Jesús es hora de inaugurar el tiempo de la fe. No debemos pensar que este tiempo es más pobre que el de los apóstoles. El Espíritu Santo derramado en el corazón de los discípulos decide el tiempo de la Iglesia. El Espíritu es el que sostiene a los discípulos, el que los consuela, los anima, los cuida, los ilumina y los hace capaces de comunicar el Evangelio del amor para transformar el mundo. El Espíritu ayudará a los discípulos en los momentos difíciles que tendrán que afrontar. El Espíritu "convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio". El evangelista imagina como una gran asamblea donde se revela, se desenmascara, el mal que actúa en el mundo para destruirlo. Es la tarea que los discípulos deben llevar a cabo dejándose guiar por el Espíritu. Es necesario gastar los ojos estudiando detenidamente el mundo y la historia a la luz de las Sagradas Escrituras con ayuda del Espíritu, para poder identificar el mal que actúa en el mundo, derrotarlo y emprender los caminos del amor que salvan el mundo. Es la tarea seria y fascinante que los cristianos tienen aún hoy de ser profetas que desenmascaran el mal y que indican el camino del bien ante todo con su ejemplo. Uno de ellos, el arzobispo Óscar Romero, habla todavía hoy. Él leía la dramática historia de su tiempo a la luz de la Palabra de Dios. Le costó el martirio, pero su testimonio es tanto más precioso hoy. Ante las acusaciones que le hacían respondía que no hacía otra cosa que leer la historia a la luz del evangelio: "La palabra es como el rayo de sol que viene de lo alto e ilumina. ¿qué culpa tiene el sol cuando su luz purísima encuentra lodazales, excrementos, basura sobre la tierra? Debe iluminar estas cosas; de otro modo no sería sol, no sería luz, no iluminaría lo feo, lo horrible que existe en esta tierra".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.