ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 13 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,16-20

«Dentro de poco ya no me veréis,
y dentro de otro poco me volveréis a ver.» Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: "Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver" y "Me voy al Padre"?» Y decían: «¿Qué es ese "poco"? No sabemos lo que quiere decir.» Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: "Dentro de poco no me veréis
y dentro de otro poco me volveréis a ver?" «En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis,
y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver." Con estas palabras, intencionadamente enigmáticas, Jesús probablemente se refería a su muerte (la partida) y su resurrección (el retorno), que ocurrirían poco tiempo después. A los discípulos, por otra parte, les costaba entender este misterio. Por tres veces Jesús había tratado de decírselo, y en cada ocasión pudo constatar su distancia. Jesús quiere por todos los medios hacerles partícipes del momento que está por vivir, pero los discípulos se encuentran lejos de su corazón y de sus pensamientos. Es una experiencia que conocemos bien: ¡cuántas veces no entendemos bien el Evangelio por estar demasiado concentrados en nosotros mismos! El evangelista, relatándonos estas palabras, extiende su sentido también a la experiencia cristiana sucesiva, que estará marcada por el dolor de los discípulos a causa de la persecución que deberán sufrir, y de ver la euforia de sus enemigos ante su dolor. Pero llega la alegría de la intervención de Dios, que libera del mal. La insistencia del evangelista en la palabra "poco" (repetida cuatro veces en siete versículos) sugiere que el Señor no tarda en intervenir para ayudar a los discípulos. Jesús ve a los discípulos discutir sobre lo que había dicho e interviene, sin responder a sus preguntas, diciendo: "Lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo". Jesús -que aquella tarde tenía ante sus ojos el futuro de la Iglesia, y en breve rezará al Padre por ellos y por los que creerán a través de su palabra (Jn 17,20)- les reitera que vendrá pronto en su ayuda y su tristeza se transformará en alegría. Es el misterio de la vida cristiana como lucha entre el bien y el mal, de la que nosotros somos partícipes. Jesús nos insiste: junto con la victoria nos dará la alegría.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.