ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 15 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,43-48

«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras recordar el dicho del Levítico (19,18) "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo", Jesús propone su Evangelio, que invierte aquel dicho: "Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan". El mandamiento del amor por los enemigos forma parte del corazón del mensaje evangélico. Los primeros textos cristianos lo citaban con frecuencia y era el rasgo nuevo y específico del cristianismo que maravillaba enormemente a los paganos. Era uno de los elementos fundamentales de la predicación misionera. Pero el tema del "amor" por los enemigos mientras son, precisamente, enemigos, solo está presente en el Evangelio. Estamos hablando de amar a los enemigos por su maldad. No se trata de amarlos también a ellos, sino precisamente a ellos. Y el motivo de dicho amor hay que buscarlo en el comportamiento mismo de Dios. El mandamiento del amor por los enemigos no se corresponde con una supuesta armonía de la creación, sino con una revelación directa de Dios, de su mismo ser. Por eso el amor es el primero de los mandamientos, porque "Dios es amor" para todos. Así pues, el amor es el corazón de la vida del discípulo y de la Iglesia, su verdadera sabiduría, y se contrapone claramente con una concepción de sabiduría humana que prevé sentimientos de odio y de venganza, considerados razonables. Jesús lo puso en práctica cuando desde la cruz oró por sus verdugos. Y muchos mártires, empezando por Esteban, han vivido ese mismo espíritu. Está claro que un amor de ese tipo no proviene de los hombres y aún menos de nuestros corazones: proviene de lo alto, de Dios, que hace salir el sol sobre justos e injustos, sin diferencias, y que da su amor a todos, gratuitamente. Los discípulos están llamados a vivir en este horizonte de amor, que viene del cielo y transforma la tierra. El Evangelio contiene un "plus" que no se puede eliminar: "Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?". Si aceptamos su amor nos mantenemos en el camino de la perfección misma de Dios. En un tiempo en el que domina la idea de contraponerse y de buscar enemigos, la indicación de amar a los enemigos es liberadora. Solo de ese modo el amor vence de verdad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.