ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 7 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 17,14-19

Cuando llegaron donde la gente, se acercó a él un hombre que, arrodillándose ante él, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle.» Jesús respondió: «¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá! Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento. Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un hombre se acerca a Jesús y le pide que tenga piedad de su hijo. El sufrimiento se convierte muchas veces en una invocación de piedad, porque es insoportable tanto para quien lo experimenta como para quien debe estar junto a los seres queridos que lo experimentan. El joven no es dueño de sí mismo, como tantos jóvenes que caen a menudo en dependencias que les hacen perder el control. Aquel padre no quería importunar al Maestro y llevó al hijo a sus discípulos esperando que fueran capaces de curarlo. Pero no lo habían logrado. Jesús expresa primero un fuerte lamento: "¡Ay, generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?". Estas palabras son como un reproche para una generación que recurre a él para obtener la curación, pero que no quiere participar en el diseño de amor del Padre. De todos modos, hace que le lleven a aquel joven. Apenas dijo una palabra -"¡Traédmelo acá!"-, el demonio "salió de él". Los discípulos, al ver el milagro, sienten vergüenza y asombro al mismo tiempo. Y cuando están a solas con Jesús, le piden explicaciones sobre por qué no han sido capaces de curar a aquel niño. Jesús contesta con gran claridad diciéndoles que es a causa de su poca fe. No son las palabras o las técnicas, las que liberan a los hombres de los espíritus malignos, sino el amor de Dios, verdadera y única fuerza de los discípulos. Las palabras de Jesús indican que los discípulos no tuvieron fe y buscaron la fuerza en otras cosas. ¡Qué fácilmente confiamos también nosotros en nuestras capacidades personales, en el poder de este mundo! Por eso no logramos cambiar nuestra vida y la vida del mundo. Jesús explica que la fuerza de los discípulos no es otra que la fe, aunque sea pequeña: "Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará". Tras aquel fracaso, Jesús abre un futuro de esperanza para los discípulos: "Nada os será imposible". El Señor sigue actuando en el mundo y en la historia a través de sus discípulos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.