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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

Fiesta de Cristo Rey del universo
Recuerdo de la Presentación en el Templo de la Madre de Dios. Esta fiesta, que nació en Jerusalén y se celebra también en Oriente, recuerda a la vez el antiguo templo y el ofrecimiento al Señor en el que María convirtió su vida.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 21 de noviembre

Fiesta de Cristo Rey del universo
Recuerdo de la Presentación en el Templo de la Madre de Dios. Esta fiesta, que nació en Jerusalén y se celebra también en Oriente, recuerda a la vez el antiguo templo y el ofrecimiento al Señor en el que María convirtió su vida.


Primera Lectura

Daniel 7,13-14

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche:
Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de hombre.
Se dirigió hacia el Anciano
y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio,
honor y reino,
y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
Su imperio es un imperio eterno,
que nunca pasará,
y su reino no será destruido jamás.

Salmo responsorial

Psaume 92 (93)

Reina Yahveh, de majestad vestido,
Yahveh vestido, ceñido de poder,
y el orbe está seguro, no vacila.

Desde el principio tu trono esta fijado,
desde siempre existes tú.

Levantan los ríos, Yahveh,
levantan los ríos su voz,
los ríos levantan su bramido;

más que la voz de muchas aguas
más imponente que las ondas del mar,
es imponente Yahveh en las alturas.

Son veraces del todo tus dictámenes;
la santidad es el ornato de tu Casa,
oh Yahveh, por el curso de los días.

Segunda Lectura

Apocalipsis 1,5-8

y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 18,33b-37

Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo.
Si mi Reino fuese de este mundo,
mi gente habría combatido
para que no fuese entregado a los judíos:
pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey.
Yo para esto he nacido
y para est he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Con la fiesta de Cristo Rey del universo termina el año litúrgico. El pasaje evangélico que hemos escuchado nos presenta a Pilato, que le pregunta a Jesús: "¿Luego tú eres rey?". "Sí, como dices, soy rey", le contesta Jesús. Y añade: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo". La afirmación de Jesús es solemne y dramática al mismo tiempo. Por esta afirmación acerca de su realeza Pilato lo entregará a los sumos sacerdotes para que lo crucifiquen. El gobernador quiso que se pusiera una inscripción en la cruz que indicara la condena: "Jesús el Nazareno, el rey de los judíos".
A ojos de los hombres Jesús es realmente un rey extraño: tiene por trono una cruz; por corona, una corona de espinas; y por corte, dos ladrones crucificados con él. Y por otra parte, hay unas pocas mujeres con un joven que, sumidos en el dolor, están junto al patíbulo. Pero a pesar de todo, esta es la imagen que caracteriza desde siempre a toda comunidad cristiana. La cruz destaca por encima de toda iglesia y sobre todo cuando los cristianos son perseguidos y ultrajados hasta ser asesinados. Cuando parece que el mal lo domina todo, podemos levantar la mirada hacia la cruz de Jesús y contemplar su poder de rey.
El Evangelio nos dice que el príncipe del mal es derrotado por aquella cruz. Desde la cruz, Jesús salva a los hombres del dominio del pecado y de la muerte. El apóstol Pablo transmitió esta convicción a todas las Iglesias sabiendo el escándalo que provocaría: "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles" (1 Co 1,23). Jesús ejerce su poder real cuando está crucificado. El mal es derrotado por aquel amor que lleva a dar la vida por los demás. El nuevo reino, el nuevo mundo de paz empieza con un amor así. Jesús lo había repetido varias veces a los discípulos durante los tres años que estuvo con ellos. Y poco antes de morir -tras asistir en silencio a una discusión entre ellos sobre quién era el primero- les dio esta lección de humildad y de servicio: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos y los que las oprimen se hacen llamar bienhechores. Pero no actuéis así vosotros" (Lc 22,25-26). Jesús es el primero en enseñárselo: "El Hijo del hombre -les dijo- no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28). Y en la cruz se produce el rescate. En la cruz de Jesús empezó rápidamente una nueva vida: un ladrón encontró su salvación rogando al crucificado que tenía a su lado, una anciana madre y un joven discípulo recibieron una nueva vida gracias a las palabras de aquel crucificado, dos hombres buenos pero asustados y resignados, José de Arimatea y Nicodemo, recibieron de aquella cruz la fuerza para salir al descubierto y mostrar piedad por aquel justo asesinado injustamente. El amor que brota de la cruz de Jesús hizo que aquellos discípulos se acogieran unos a otros y que trabajaran para construir un mundo más humano y más justo a partir de la conmoción por aquel crucificado.
Esta fiesta de Cristo rey nos muestra el amor real que transforma el corazón de los hombres y la vida del mundo. Abracemos a este rey, débil y pobre. De él crucificado brota la salvación para todos. Y con las palabras del Apocalipsis le decimos: "A ti, Señor, que nos amas y nos salvaste de nuestros pecados con tu sangre, que hiciste de nosotros un reino de sacerdotes por nuestro Dios y Padre, a ti la gloria y la potencia por los siglos de los siglos. Amén".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.