ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 11 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,23-28

Aquel día
no me preguntaréis nada.
En verdad, en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre.
Pedid y recibiréis,
para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas.
Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas,
sino que con toda claridad os hablaré acerca del
Padre. Aquel día pediréis en mi nombre
y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere,
porque me queréis a mí
y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo.
Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Hasta ahora", dice Jesús a los discípulos, "nada le habéis pedido en mi nombre", es decir, no se han unido a la comunión de su Espíritu. Su fe era todavía inmadura, pensaban en Jesús con las categorías del mundo. Para comprender a Jesús y estar así unidos a él, es necesario acoger su propio Espíritu en nuestros corazones. Los discípulos le recibirán el día de Pentecostés y les acompañará todos sus días. También nosotros recibimos el Espíritu en los signos sacramentales y cada vez que se nos proclama la Palabra. Como a los discípulos de entonces, se nos abren los ojos del corazón y comprendemos el gran misterio de amor que nos rodea. La comunión con Jesús no es fruto de un conocimiento teórico; es sobre todo comunión de amor y entrega confiada a él. El apóstol Pablo, abrumado por este amor, decía: "Para mí la vida es Cristo" (Flp 1,21). La comunión con Jesús hace comprender las palabras que siguen: "Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios". Jesús dice a los discípulos, y a nosotros, que vino a la Tierra para ser uno con los discípulos, para llevarlos al seno del Padre. Está a punto de pasar de este mundo al Padre. Pero vuelve al Padre, ya no solo, como bajó, sino con los discípulos de ayer, de hoy y de mañana, a los que compró con su sangre. Demos gracias al Señor por su amor que nos envuelve y nos salva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.