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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Fiesta de la natividad de María, madre del Señor La tradición franciscana recuerda hoy la visita de paz que hizo Francisco a Damieta para ver al sultán Malek-al-Kamel. Oración para que surjan trabajadores de paz y de diálogo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 8 de septiembre

Fiesta de la natividad de María, madre del Señor La tradición franciscana recuerda hoy la visita de paz que hizo Francisco a Damieta para ver al sultán Malek-al-Kamel. Oración para que surjan trabajadores de paz y de diálogo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 1,1-16.18-23

Libro de la generación de Jesucristo,
hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac,
Isaac engendró a Jacob,
Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara,
Fares engendró a Esrom,
Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab,
Aminadab engendró a Naassón,
Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz,
Booz engendró, de Rut, a Obed,
Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam,
Roboam engendró a Abiá,
Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat,
Josafat engendró a Joram,
Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam,
Joatam engendró a Acaz,
Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés,
Manasés engendró a Amón,
Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos,
cuando la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia,
Jeconías engendró a Salatiel,
Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud,
Abiud engendró a Eliakim,
Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq,
Sadoq engendró a Aquim,
Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar,
Eleazar engendró a Mattán,
Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María,
de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por nombre Emmanuel,

que traducido significa: «Dios con nosotros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fiesta que celebramos hoy es una fiesta que comparten las Iglesias de Oriente y la de Occidente. La fecha del 8 de septiembre es la fecha de la dedicación de la basílica de Santa Ana de Jerusalén, que se erige en el lugar en el que, según una antigua tradición, residían Joaquín y Ana, padres de María. En las Iglesias bizantinas se dice de María que es la "tierra del cielo", es decir, el seno que la humanidad ofreció al Señor. En este contexto hay que comprender la página evangélica que hemos escuchado, es decir, la genealogía de Jesús a la que se puede unir el pasaje siguiente referente a la perplejidad de José. La lista de nombres indica que toda la humanidad esperaba el nacimiento de la Palabra en el seno de María. No se trata de una árida lista. La retahíla de nombres quieren indicar que Jesús no viene como alguien ajeno a la historia de los hombres (por eso mismo el evangelista introduce en la lista a representantes del paganismo y a mujeres nada ejemplares). Jesús está en la historia de los hombres; forma parte de nuestras generaciones. Él nació de una mujer, de María, a la que Dios eligió como madre de su hijo. El Evangelio subraya que el nacimiento de Jesús es realmente extraordinario y fuera de toda regla. Lo demuestra la reacción de José, totalmente justificada desde un punto de vista humano. Pero el ángel, en sueños, le revela la realidad de lo que está sucediendo. La Palabra de Dios hace ver más allá de lo que nosotros vemos (ese es el sentido del "sueño" en la Escritura) y nos ayuda a tomar con nosotros a María (la comunidad) y el misterio que encierra. José se despertó e hizo lo que le había dicho el ángel.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.