ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 24 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Crónicas 32,1-33

Después de todas estas pruebas de fidelidad, vino Senaquerib, rey de Asiria, invadió Judá, puso sitio a las ciudades fortificadas y mandó forzar las murallas. Cuando vio Ezequías que Senaquerib venía con intención de atacar a Jerusalén, tomó consejo con sus jefes y sus valientes en orden a cegar las fuentes de agua que había fuera de la ciudad; y ellos le apoyaron. Juntóse mucha gente, y cegaron todas las fuentes y el arroyo que corría por medio de la región, diciendo: "Cuando vengan los reyes de Asiria, ¿por qué han de hallar tanta agua?" Y cobrando ánimo, reparó toda la muralla que estaba derribada, alzando torres sobre la misma, levantó otro muralla exterior, fortificó el Milló en la Ciudad de David, y fabricó una gran cantidad de armas arrojadizas y escudos. Puso jefes de combate sobre el pueblo, los reunió a su lado en la plaza de la puerta de la ciudad, y hablándoles al corazón, dijo: Sed fuertes y tened ánimo; no temáis, ni desmayéis ante el rey de Asiria, ni ante toda la muchedumbre que viene con él, porque es más el que está con nosotros que el que está con él. Con él está un brazo de carne, pero con nosotros está Yahveh nuestro Dios para ayudarnos y para combatir nuestros combates." Y el pueblo quedó confortado con las palabras de Ezequías, rey de Judá. Después de esto, Senaquerib, rey de Asiria, que estaba sitiando Lakís, con todas sus fuerzas, envió sus siervos a Jerusalén, a Ezequías, rey de Judá, y a todos los de Judá que estaban en Jerusalén para decirles: Así dice Senaquerib, rey de Asiria: ¿En qué ponéis vuestra confianza, para que permanezcáis cercados en Jerusalén? ¿No os engaña Ezequías para entregaros a la muerte por hambre y sed, cuando dice: "Yahveh nuestro Dios nos librará de la mano del rey de Asiria"? ¿No es este el mismo Ezequías que ha quitado sus altos y sus altares y ha dicho a Judá y Jerusalén: "Ante un solo altar os postraréis y sobre él habréis de quemar incienso"? ¿Acaso no sabéis lo que yo y mis padres hemos hecho con todos los pueblos de los países? ¿Por ventura los dioses de las naciones de estos países han sido capaces de librar sus territorios de mi mano? ¿Quién de entre todos los dioses de aquellas naciones que mis padres dieron al anatema pudo librar a su pueblo de mi mano? ¿Es que vuestro Dios podrá libraros de mi mano? Ahora, pues, que no os engañe Ezequías ni os embauque de esa manera. No le creáis; ningún dios de ninguna nación ni de ningún reino ha podido salvar a su pueblo de mi mano, ni de la mano de mis padres, ¡cuánto menos podrá vuestro Dios libraros a vosotros de mi mano!" Sus siervos dijeron todavía más cosas contra Yahveh Dios y contra Ezequías su siervo. Escribió además cartas para insultar a Yahveh, Dios de Israel, hablando contra él de este modo: "Así como los dioses de las naciones de otros países no han salvado a sus pueblos de mi mano, así tampoco el Dios de Ezequías salvará a su pueblo de mi mano." Los enviados gritaban en voz alta, en lengua judía, al pueblo de Jerusalén, que estaba sobre el muro, para atemorizarlos y asustarlos, y poder conquistar la ciudad, y hablando del Dios de Jerusalén como de los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombre. En esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías, hijo de Amós, oraron y clamaron al cielo. Y Yahveh envió un ángel que exterminó a todos los guerreros esforzados de su ejército, a los príncipes y a los jefes que había en el campamento del rey de Asiria; el cual volvió a su tierra cubierta la cara de vergüenza, y al entrar en la casa de su dios, allí mismo, los hijos de sus propias entrañas le hicieron caer a espada. Así salvó Yahveh a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén de la mano de Senaquerib, rey de Asiria, y de la mano de todos sus enemigos, y les dio paz por todos lados. Muchos trajeron entonces ofrendas a Yahveh, a Jerusalén, y presentes a Ezequías, rey de Judá; el cual de allí en adelante adquirió gran prestigio a los ojos de todas las naciones. En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte; pero hizo oración a Yahveh, que le escuchó y le otorgó una señal maravillosa. Pero Ezequías no correspondió al bien que había recibido, pues se ensoberbeció su corazón, por lo cual la Cólera vino sobre él, sobre Judá y Jerusalén. Mas después de haberse ensoberbecido en su corazón, se humilló Ezequías, él y los habitantes de Jerusalén; y por eso no estalló contra ellos la ira de Yahveh en los días de Ezequías. Ezequías tuvo riquezas y gloria en gran abundancia. Adquirió tesoros de plata, oro, piedras preciosas, bálsamos, joyas y de toda suerte de objetos de valor. Tuvo también almacenes para las rentas de trigo, de mosto y de aceite; pesebres para toda clase de ganado y apriscos para los rebaños. Se hizo con asnos y poseía ganado menor y mayor en abundancia, pues Dios le había dado muchísima hacienda. Este mismo Ezequías cegó la salida superior de las aguas del Guijón y las condujo, bajo tierra, a la parte occidental de la Ciudad de David. Ezequías triunfó en todas sus empresas; cuando los príncipes de Babilonia enviaron embajadores para investigar la señal maravillosa ocurrida en el país, Dios le abandonó para probarle y descubrir todo lo que tenía en su corazón. El resto de los hechos de Ezequías y sus obras piadosas están escritos en las visiones del profeta Isaías, hijo de Amós, y en el libro de los reyes de Judá y de Israel. Se acostó Ezequías con sus padres, y le sepultaron en la subida de los sepulcros de los hijos de David; y todo Judá y los habitantes de Jerusalén le rindieron honores a su muerte. En su lugar reinó su hijo Manasés.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Cronista abre el capítulo con una frase que nos da la clave para comprender toda la narración: "Después de todas estas pruebas de fidelidad de Ezequías vino Senaquerib, rey de Asur, invadió Judá, sitió dos ciudades fortificadas y mandó derribar las murallas" (v. 1). Sorprende una invasión del reino de Judá después de todo lo que han hecho para realizar una reforma religiosa tan importante. No es un castigo de Dios sino una prueba de la lealtad del rey. Al final del capítulo el Cronista anota: "Dios lo abandonó para probarlo y descubrir todo lo que tenía en su corazón" (v. 31). No hay ninguna duda de que la fidelidad de Ezequías y su empeño por la reforma religiosa lo han defendido del asalto del rey de Asur. Mientras se preparaba la invasión de su reino, Ezequías trabajaba para que Jerusalén fuera más segura. El es un digno sucesor de David, un verdadero defensor civitatis, como se dirá de algunos obispos cristianos. El cree en lo que su nombre significa: "el Señor protege". Fortifica las murallas de Jerusalén y construye nuevas fortificaciones, cortaron las fuentes de agua para impedir que las tropas de Senarequib se abastecieran. A continuación reúne a todo el pueblo en una plaza de la ciudad y habla "a su corazón": "«Sed fuertes y tened valor, no temáis ni os desmayéis ante el rey de Asur ni ante todo el ejército que viene con él, porque es más el que está con nosotros que lo que está con él (v. 7)". Ezequías, ante la gran Asiria, anima a su pueblo recordándole que es la fuerza de Dios la que les acompaña: "Con él hay una fuerza humana, pero con nosotros está el Señor, nuestro Dios, para ayudarnos y combatir nuestros combates" (v. 8). La afirmación de Ezequías recuerda el versículo de Isaías sobre el "Emanuel - Dios con nosotros" (Is 7,14) - y el de la historia de Eliseo: "No temas, porque los que están con nosotros son más numerosos que los que están con ellos" (2 Re 6,16). Senaquerib, que pone su confianza en una "fuerza humana" según Jeremías es un maldito: "¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal!" (Jr 17,5). Como el egipcio también el asirio "es un hombre y no un dios, y sus caballos son carne y no espíritu" (Is 31,3). El discurso del rey penetra en el corazón: "El pueblo - cierra el Cronista - se tranquilizó escuchando las palabras de Ezequías". Y de hecho la amenaza de los asirios fue eliminada. El rey asirio envió mensajeros a Jerusalén, los cuales mostraron la arrogancia de los potentes, que confían sólo en su fuerza, desprecian la fe e incluso se burlan de Dios. "¿Es que vuestro Dios podrá librarse de mi mano?" (v. 14), manda a decir Senaquerib al pueblo de Israel. Y le dice que no se fíen de las palabras de Ezequías: "Así, pues, que no os engañe Ezequías ni os seduzca con vanas promesas. No lo creáis, ningún Dios de ninguna nación o reino ha podido salvar a su pueblo de mi mano, ni de la mano de mis padres. ¡Cuánto menos podrán vuestros dioses libraos de mi mano!" (v. 15). Es la tentación de denigrar la Palabra de Dios y sus profetas la que está siempre al acecho para hacer caer a los creyentes, debilitando su fe y desmoralizando sus corazones. Escribe el salmista: "Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra el Señor y contra su Ungido"." (Sal 2,2). Lo que sucedió a continuación está narrado en forma breve. Pero lo decisivo fue la oración del rey: "En esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías, hijo de Amós, oraron y clamaron al cielo" (v. 20). La respuesta del Señor fue inmediata: mandó a su ángel exterminador al campo de los asirios en Lachis y su destrucción fue total. La derrota de Senaquerib fue humillante: tuvo que volver a su patria lleno de vergüenza. Sus propios hijos lo mataron poco después durante la oración en el templo. Senariquerib había puesto en duda la capacidad del Señor de liberar de sus manos a Ezequías y al pueblo. Ahora los hechos demuestran lo contrario: Dios ha liberado el pequeño pueblo de Judá del gran ejército asirio. Desde ese día Judá vivió en paz. Pero llega la enfermedad de Ezequías, fruto de su orgullo. Al volver a escuchar la Palabra de Dios, se arrepintió y Dios tuvo compasión de él y le quitó el castigo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.