ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Dal libro del Deuteronomio 26,16-19

Oggi il Signore, tuo Dio, ti comanda di mettere in pratica queste leggi e queste norme. Osservale e mettile in pratica con tutto il cuore e con tutta l'anima. Tu hai sentito oggi il Signore dichiarare che egli sarà Dio per te, ma solo se tu camminerai per le sue vie e osserverai le sue leggi, i suoi comandi, le sue norme e ascolterai la sua voce. Il Signore ti ha fatto dichiarare oggi che tu sarai il suo popolo particolare, come egli ti ha detto, ma solo se osserverai tutti i suoi comandi. Egli ti metterà, per gloria, rinomanza e splendore, sopra tutte le nazioni che ha fatto e tu sarai un popolo consacrato al Signore, tuo Dio, come egli ha promesso".


 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Esta página –en el lenguaje típico del libro del Deuteronomio- insiste sobre la relación especial que existe entre Israel y su Dios, es decir, el pacto de alianza: “Él será tu Dios” e Israel será “su pueblo”. Es uno de los puntos centrales de la teología del Deuteronomio y de los libros que siguen, de Josué hasta el Segundo Libro de los Reyes. Toda la historia de Israel está marcada por la visión de esta estrecha relación entre Dios e Israel. El Señor ha elegido ese pequeño pueblo para “consagrarlo” a su nombre; es decir, lo ha separado del resto de pueblos de la tierra –incluso de los más numerosos y poderosos como el asirio, el egipcio y el babilonio- para hacer de él su pueblo, como se lee en el capítulo 7: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene” (v. 7-8). La alianza con Dios implica la fidelidad a la Ley, y la Ley se abre con la invitación a escuchar al Señor: “Él será tu Dios y tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus normas, y escucharás su voz”. Todo se apoya en la escucha. La profesión de fe de Israel, que todos los judíos recitan todavía hoy, comienza con las palabras de Dt 6, 4: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor”. Observar las leyes, seguir los caminos de Dios, es posible solo si uno se pone en actitud de escucha. El tiempo de Cuaresma es un tiempo oportuno para salir de la costumbre de escucharnos a nosotros mismos y ponerse delante del Señor para escuchar su palabra de vida. Solo en esta perspectiva podremos convertir nuestro corazón y confiar nuestra vida a Dios para que sea su único Señor. Hoy, al igual que en tiempos de Israel, el cielo está lleno de ídolos, de concepciones, de cosas ante las que postrarse y sacrificar incluso nuestra existencia. Son muchos los falsos profetas que cada día hablan para someter el corazón de los hombres a los ídolos del dinero, el éxito, la gloria, el poder, el consumo, la satisfacción inmediata de uno mismo y de los propios deseos. Y muchos, por desgracia, se dejan atraer aumentando así el culto idolátrico de las cosas del mundo. Para sustraerse a la esclavitud de las nuevas idolatrías es indispensable escuchar cada día la Palabra de Dios, custodiarla en el corazón y vivirla en la obediencia. Será la Palabra de Dios la que nos custodie en la alianza con el Señor y proteja nuestra libertad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.