ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 12 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Timoteo 1,15-17

Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, hablando de la misión que se le ha confiado de predicar el Evangelio, recuerda el momento en el que el Señor salió a su encuentro en el camino de Damasco. Y le da las gracias por su gran bondad y misericordia, porque lo llamó cuando era "un blasfemo, un perseguidor y un insolente". Pablo se presenta a Agripa con las siguientes palabras: "Yo mismo encerré a muchos creyentes en las cárceles y daba mi visto bueno cuando se les condenaba a muerte. Frecuentemente recorría todas las sinagogas y, a fuerza de castigos, les obligaba a retractarse de su fe. Y era tal el furor que me movía contra ellos, que los perseguía hasta en las ciudades extranjeras" (Ac 27,10 s). Pablo se pregunta cómo pudo elegirle Dios, a pesar de todo aquello. Y vive como un milagro que le juzgara digno de servir al Evangelio. Pablo sabe que la única razón de su misión viene de las alturas: "encontré misericordia". Sucede lo mismo con cada discípulo. Pablo, en cualquier caso, no justifica su vida pasada porque no conociera el Evangelio. Reconoce que se había dejado guiar por la fuerza ciega del mal que lleva siempre a la violencia injustificada e injustificable. Y por eso es aún mayor su agradecimiento a Dios por la gracia recibida de manera sobreabundante. Desde entonces el apóstol vive una nueva vida en comunión con Cristo, del que obtiene la fuerza de la fe y la urgencia de la caridad. No olvida su vida pasada, de la que ya ha renegado, pero su recuerdo se convierte en motivo de humildad y reconocimiento. Y se define como "el último de los apóstoles, indigno incluso de tal nombre, pues llegué a perseguir a la iglesia de Dios" (1 Co 15,9), "el menor de todos los santos" (Ef 3,8). Ahora se ha convertido en ejemplo para los discípulos de todos los tiempos. Él es el ejemplo claro de que nadie está tan lejos de Dios como para no le pueda llegar la misericordia de Dios. La confesión de alabanza termina en una oración de acción de gracias. Por otra parte, no se podía no rendir el mayor honor posible al Señor que muestra un amor tan grande por los pecadores.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.