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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de santa Escolástica (+ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 10 de febrero

Recuerdo de santa Escolástica (+ca. 547), hermana de san Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 8,1-10

Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos.» Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?» El les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete.» Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos 4.000; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Marcos, como Mateo, relata una segunda multiplicación de los panes. A diferencia de la primera, esta tiene lugar en territorio pagano, y el lenguaje que utiliza el evangelista evidencia esta particularidad. También aquí una gran muchedumbre se reúne en torno a Jesús, y es conmovedora la atención con la que estas personas, a pesar de no pertenecer a la religión judía, escuchan su predicación. Jesús mismo, conmovido por su escucha atenta, toma la iniciativa para que aquellas personas no regresen a casa sin comer, dado que se había hecho tarde. La "compasión" mueve a Jesús a ocuparse incluso de este detalle de la gente que le escucha. La compasión es un término elegido a propósito por los evangelistas para describir la actitud de Jesús hacia las multitudes abandonadas, los enfermos sin curar, los pobres excluidos. El término indica el amor materno de Jesús, el mismo sentimiento que movió al Buen Samaritano hacia aquel hombre medio muerto abandonado al borde del camino. ¡Qué diferencia con nosotros, que escuchamos tan poco la Palabra de Jesús, y aún menos nos dejamos tocar el corazón por los pobres! Jesús comunica a sus discípulos su preocupación por aquella multitud. Pero se enfrenta nuevamente a su mezquindad. Los discípulos hacen caso de su "sensatez", y le responden que no es posible alimentar a tanta gente en un desierto. ¡Cuántas veces también nosotros pensamos que es necesario ser realistas! Y sin embargo Jesús les había dicho: "Todo es posible para quien cree". Tampoco recordaban el milagro de la multiplicación anterior. Pero Jesús toma de nuevo la iniciativa y les pregunta: "¿Cuántos panes tenéis?"; "Siete", le responden, como desafiándole. Hace que se los traigan, los toma en sus manos y se los da a los discípulos para que los distribuyan. Jesús les hace participar en el milagro, como nos hace participar también a nosotros. De hecho los panes se multiplican justo mientras los discípulos los distribuyen. Jesús necesita de los discípulos, de nosotros, para que continúe repitiéndose el milagro de la multiplicación de un alimento que alcance para todos. El hecho de que ocurra una segunda vez en territorio pagano indica que el pan debe ser multiplicado en todo tiempo y en todo lugar. Por todas partes hay necesidad de pan, de amor, de ayuda, de sostén; los discípulos están llamados a llevarlo, multiplicarlo y distribuirlo, siempre. Cada uno dará lo que tenga, aunque sea poco; lo importante es no guardarlo todo para uno mismo, pues de otro modo no sucederá nunca ningún milagro.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.