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Vigilia del domingo
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Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 30 de junio

Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 24,4-13

Jesús les respondió: «Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy el Cristo", y engañarán a muchos. Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarméis! Porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento. «Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre. Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos. Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Inmediatamente después de recordar a Pedro y a Pablo, la Iglesia romana recuerda a sus primeros mártires, los cristianos que el año 64, después del incendio de Roma, fueron echados a los leones o quemados vivos. Es una conmemoración que nos recuerda que, desde sus inicios, la Iglesia de Roma ha crecido sobre todo gracias al testimonio de los santos mártires. Juan Pablo II, evocando a los mártires de la primera Iglesia, quiso recordar a los «nuevos mártires» del siglo XX, un increíble número de hombres y mujeres, de todas las confesiones cristianas, que dieron su vida por la fe. Todos ellos, los mártires de ayer y los de hoy, nos recuerdan que seguir el Evangelio siempre requiere renunciar a uno mismo y dar la vida por el Señor y por los demás. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado forma parte del discurso escatológico de Jesús. Es un recordatorio a los discípulos para que estén atentos y perseveren en la fe. La indicación de guardarse de los falsos mesías tiene plena actualidad al inicio de este siglo. Jesús, con gran tristeza, afirma que «la caridad de muchos se enfriará». Hoy, efectivamente, se ha enfriado el amor por los débiles, se ha enfriado el amor por África, se ha enfriado el compromiso por ayudar a los países más pobres. Y han crecido conflictos entre los pueblos y los enfrentamientos entre los países. Y no pocos testimonios del Evangelio que predican el amor y la concordia son alejados y quedan excluidos hasta llegar a ser odiados y asesinados. Jesús pide a los discípulos que no aplaquen su testimonio. Bien al contrario, deben intensificar su dedicación para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra. Esa es la primera y más eficaz manera que tienen los cristianos de amar el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.