ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 3 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 14,1.7-11

Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús está en casa del fariseo que lo había invitado a comer y observa que los invitados eligen los primeros puestos. Es una actitud muy común en la vida, también hoy día, y no solo en la mesa: todo el mundo elige siempre los primeros puestos, aunque sea solo para tener más atención, más consideración por parte de los demás. Todos, empezando por nosotros mismos, lo hemos vivido. Es una costumbre que no disminuye. Al contrario: los problemas de la vida, en lugar de hacer crecer el espíritu de solidaridad, hacen muchas veces que intentemos aún con más ahínco ocupar los primeros puestos. Pero esta actitud hace que la vida, tanto la nuestra como la de los demás, sea aún más amarga y violenta. Jesús quiere sugerirles a los discípulos una actitud de humildad y de atención por los demás que les debería caracterizar. Las palabras que Jesús dice a los discípulos para que se abstengan de elegir los primeros puestos no son simplemente normas de buenos modales, sino más bien una regla de vida. Y aclara que es el Señor, el que da a cada persona la dignidad y el honor que le corresponden. No somos nosotros, quienes elegimos el puesto que nos toca ocupar, alegando tal vez méritos. Es el Señor, quien nos indica el lugar donde debemos dar testimonio del amor que nos ha dado. Y, en cualquier caso, es bueno que una de las reglas de la vida sea la de estar atento a los demás, sobre todo a los más débiles, antes que a uno mismo. El Señor dirige su mirada especialmente a estos últimos. Es una especie de ley bíblica, que invierte los criterios de juicio de este mundo: quien se reconoce pecador y humilde es enaltecido por Dios, pero quien pretende recabar reconocimientos y primeros puestos corre el peligro de excluirse a sí mismo del banquete. Por eso Jesús afirma: «Todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado». No solo es una regla cristiana, también es una actitud de exquisita sabiduría humana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.