ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 27 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,34-36

«Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estos tres versículos evangélicos cierran el discurso escatológico según la versión de Lucas y concluyen también el año litúrgico. Desde que llegó a Jerusalén, durante el día Jesús enseñaba en el templo y al atardecer se retiraba al huerto de los olivos para orar. Ahora les dice a los discípulos que estén "en vela, orando en todo tiempo". Y no lo dice solo con palabras sino con su propia vida. En aquellos últimos días no predica solo con palabras sino también con hechos, con su comportamiento. Sabe que ante los momentos decisivos y también difíciles hay que estar atento y preparado. Tenemos que vivir cada día en la presencia de Dios, sabiendo que solo en Él encontramos la salvación. Podríamos decir que hay que vivir cada día como si fuera el último. Y en un cierto sentido es así. Cada día es único; no hay otro parecido. Y una vez pasado, no vuelve. Por eso no podemos malgastar nuestros días y desperdiciarlos en el sinsentido. Jesús les dice a los discípulos: "Que no se emboten vuestros corazones"; y también: "Estad en vela... en todo tiempo". Con el verbo griego baro (que indica la pesadez de una digestión difícil) el evangelista sugiere que los corazones no deben sentirse pesados como el estómago tras un hartazgo. Y estar atento remite a la oración que, para el evangelista Lucas, es la actitud por excelencia del discípulo que vela para acoger al Señor que llama a la puerta de nuestro corazón. La oración nos libra de centrarnos en nosotros mismos y nos ayuda a levantar la mirada hacia el Señor que llega. Por eso Jesús nos pide que oremos siempre, sin desfallecer. Para nosotros, pobres hombres limitados, orar sin desfallecer significa orar cada día, con fidelidad. En la oración de cada día hay aquel "siempre sin desfallecer" que pide el Evangelio. Cada día debemos mantenernos "en pie delante del Hijo del hombre" y con él invocar al Padre que está en el cielo para gozar desde ahora mismo del encuentro definitivo con Él. La Iglesia, en el largo camino del año transcurrido en compañía del Evangelio que cada día la santa Liturgia nos ha propuesto, nos abre a partir de mañana el nuevo año litúrgico. Hemos vivido este largo año teniendo ante nuestros ojos del corazón el misterio del amor de Dios que se ha manifestado en Jesús. Hemos contemplado estos últimos días la plenitud de la salvación. A partir de mañana empezamos un tiempo nuevo para crecer más en el conocimiento y en el amor de Jesús. Él es nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro destino.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.