ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nehemías 3,1-32

El sumo sacerdote Elyasib y sus hermanos los sacerdotes se encargaron de construir la puerta de las Ovejas: la armaron, fijaron sus hojas, barras y goznes, y continuaron hasta la torre de los Cien y hasta la torre de Jananel. Al lado de ellos construyeron los de Jericó; a su lado construyó Zakkur, hijo de Imrí. Los hijos de Hassenáa construyeron la puerta de los Peces: la armaron y fijaron sus hojas, barras y goznes. A su lado reparó Meremot, hijo de Urías, hijo de Haqcós; a continuación reparó Mesullam, hijo de Berekías, hijo de Mesezabel; a su lado reparó Sadoq, hijo de Baaná. Junto a él repararon los de Técoa, pero sus notables se negaron a poner su cuello al servicio de sus señores. La puerta del Barrio nuevo la repararon Yoyadá, hijo de Paséaj, y Mesullam, hijo de Besodías: la armaron y fijaron sus hojas, barras y goznes. A continuación de éstos repararon Melatías de Gabaón y Yadón de Meronot, así como los de Gabaón y de Mispá, a expensas del gobernador de Transeufratina. A su lado reparó Uzziel, miembro del gremio de los orfebres, y a continuación reparó Jananías, del gremio de los perfumistas: ellos reconstruyeron Jerusalén hasta el muro de la Plaza. A continuación reparó Refaías, hijo de Jur, jefe de la mitad del distrito de Jerusalén. A continuación reparó Yedaías, hijo de Harumaf, delante de su casa; a continuación reparó Jattús, hijo de Hasabneías. Malkiyías, hijo de Jarim, y Jassub, hijo de Pajat Moab, repararon la parte siguiente, hasta la torre de los Hornos. A continuación de éstos reparó, con sus hijos, Sallum, hijo de Hallojés, jefe de la mitad del distrito de Jerusalén. Repararon la puerta del Valle, Hanún y los habitantes de Zanóaj: la construyeron, fijaron sus hojas, barras y goznes, e hicieron mil codos de muro, hasta la puerta del Muladar. La puerta del Muladar la reparó Malkiyías, hijo de Rekab, jefe del distrito de Bet Hakkérem, con sus hijos: fijó sus hojas, barras y goznes. La puerta de la Fuente la reparó Sallum, hijo de Kol Jozé, jefe del distrito de Mispá: la construyó, la cubrió y fijó sus hojas, barras y goznes. También restauró el muro de la alberca del canal, que está junto al huerto del rey, hasta las escaleras que bajan de la Ciudad de David. Después de él Nehemías, hijo de Aztuq, jefe de la mitad del distrito de Bet Sur, reparó hasta enfrente de las tumbas de David, hasta la alberca artificial y hasta la Casa de los Valientes. A continuación repararon los levitas: Rejum, hijo de Baní; a su lado reparó Jasabías, jefe de la mitad del distrito de Queilá, en su distrito; a continuación repararon sus hermanos: Binnuy, hijo de Jenadad, jefe de la mitad del distrito de Queilá; a continuación Ezer, hijo de Josué, jefe de Mispá, reparó otra sección frente a la subida del Arsenal del Angulo. Después de él Baruc, hijo de Zabbay, reparó otro sector, desde el Angulo hasta la puerta de la casa del sumo sacerdote Elyasib. Después de él Meremot, hijo de Urías, hijo de Haqcós, reparó otro sector, desde la puerta de la casa de Elyasib hasta el término de la misma. Después de él prosiguieron la reparación los sacerdotes que habitaban en la Vega. Repararon a continuación Benjamín y Jassub frente a sus casas. Después de ellos Azarías, hijo de Maaseías, hijo de Ananías, reparó junto a su casa. Después de él Binnuy, hijo de Jenadad, reparó otra sección, desde la casa de Azarías hasta el Angulo y la esquina. A continuación Palal, hijo de Uzay, reparó enfrente del Angulo y de la torre en saliente de la casa del rey, la de arriba que da al patio de la cárcel. Después de él Pedaías, hijo de Parós, reparó hasta la puerta de las Aguas hacia Oriente y hasta delante de la torre en saliente. A continuación los de Técoa repararon otro sector frente a la torre grande en saliente hasta el muro del Ofel. Desde la puerta de los Caballos repararon los sacerdotes, cada uno frente a su casa. Después de ellos reparó Sadoq, hijo de Immer, frente a su casa. Después de él reparó Semaías, hijo de Sekanías, encargado de la puerta Oriental. Después de él, Jananías, hijo de Selemías, y Janún, sexto hijo de Salaf, repararon otro sector. A continuación reparó Mesullam, hijo de Berekías, frente a su vivienda. Después de él Malkiyías, del gremio de los orfebres, reparó hasta la casa de los donados y de los comerciantes, frente a la puerta de la Inspección, hasta la cámara alta del ángulo. Y entre la cámara alta del ángulo y la puerta de las Ovejas, repararon los orfebres y los comerciantes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este capítulo se presenta como una repetición casi inútil de nombres y de una serie minuciosa de partes de la ciudad que son reconstruidas gracias a la tenacidad de Nehemías. Podemos advertir dos palabras que se repiten dentro del pasaje: "Al lado de ellos construyeron..." (hasta el v. 15), y "Después de él [construyeron]..." (vv. 16-32). Probablemente el lenguaje da a entender una diferente exigencia de trabajo que obligaba a dos técnicas diferentes, como clarifican los exégetas. Sin embargo, se podría también pensar que el autor quiere subrayar el esfuerzo común, la unidad y el intento común que permite a aquel pueblo reconstruir la muralla de la ciudad. Estamos ante un pueblo que vuelve a encontrar su unidad precisamente en la obra común en la que se implican por encima de las diferencias que les debían distinguir. En efecto, parece que Nehemías implica en su obra a personas diferentes, entre las que estaban también una parte que no fue al exilio y que, por tanto, podía fácilmente contraponerse a los que habían vuelto de Babilonia y que se presentaban con derechos poco comprensibles para quien permaneció en Jerusalén. La sinergia, el compromiso común crea unidad, permite acrecentar la comunión dentro de una realidad de gente diferente. Además, la construcción de una ciudad era una prerrogativa del rey en el Oriente Próximo antiguo, como la construcción de los templos. También en la Biblia se habla de la "ciudad de David" para indicar su toma de posesión de Jerusalén, una vez ciudad de los Jebuseos. Sin embargo, los libros de Esdras y Nehemías atribuyen esta tarea a la comunidad, y, por tanto, atribuyen al pueblo los poderes y los papeles que eran propios del rey. Nos encontramos ante una obra que muestra el valor de una comunidad que se vuelve a constituir como tal en un compromiso común por el bien de todos. Es el valor profundo de la experiencia de trabajar unos junto a otros, como también unos después de otros. En efecto, todos venimos después de otros que han trabajado por nosotros y que han hecho posible que la Palabra de Dios llegue hasta nuestra generación. Nosotros, por nuestra parte, estamos llamados a transmitir cuanto hemos recibido a la generación que sigue. Es ese lazo que une a la comunidad de creyentes lo que hace posible que gente diferente edifique lugares donde vivir en fraternidad aunque sean distintos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.