ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 11,1-19

Cuando llegaron cerca de Kaserín, que está frente a Nínive, dijo Rafael: «Tú sabes bien en qué situación dejamos a tu padre; vamos a adelantarnos nosotros a tu mujer para preparar la casa, mientras llegan los demás.» Prosiguieron, pues, los dos juntos; el ángel le dijo: «Toma contigo la hiel.» El perro seguía detrás de ellos. Estaba Ana sentada, con la mirada fija en el camino de su hijo. Tuvo la corazonada de que él venía y dijo al padre: «Mira, ya viene tu hijo y el hombre que le acompañaba.» Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: «Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre. Untale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamos de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz.» Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar. Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio. Corrió hacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: «¡Ten confianza, padre!» Y le aplicó el remedio y esperó; y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la comisura de los ojos. Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: «¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!» Y añadió: ¡Bendito sea Dios!
¡Bendito su gran Nombre!
¡Bendito todos sus santos ángeles!
¡Bendito su gran Nombre
por todos los siglos! Porque me había azotado,
pero me tiene piedad
y ahora veo a mi hijo Tobías.
Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios
con toda su voz; luego contó a su padre el éxito
de su viaje, cómo traía el dinero y cómo se había
casado con Sarra, la hija de Ragüel, y que venía
ella con él y estaba ya a las puertas de Nínive. Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios, lleno de gozo. Cuando los de Nínive le vieron caminar, avanzando con su antigua firmeza, sin necesidad de lazarillo, se maravillaron. Tobit proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos. Se acercó Tobit a Sarra, la mujer de su hijo, y la bendijo diciendo: «¡Bienvenida seas, hija! Y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros. Bendito sea tu padre, y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida seas, entra en tu casa con gozo y bendición.» Todos los judíos de Nínive celebraron fiesta aquel día. También Ajikar y Nabad, primos de Tobit, vinieron a congratularle.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta escena del regreso de Tobías a casa es el ángel Rafael el primero en tomar la iniciativa. En efecto, cuando alcanzaron las inmediaciones de Nínive (Rafael, que significa "Dios sana") se dirige a Tobías y le describe lo que debe hacer cuando encuentre al padre. Tobías le obedece: en cuanto ve al padre lo abraza. Nos encontramos en ese mismo patio (v. 10) en el que Tobit había perdido la vista. Tobit, como hizo Jacob con el hijo José en cuanto lo vio (Gn 46, 30), le echa los brazos al cuello y le dice: "luz de mis ojos". Tobías le aplica entonces la hiel del pez sobre los ojos y Tobit recupera la vista. Todo nace de las palabras del ángel. Y Tobías sabe bien que si escucha y pone en práctica cuanto al ángel le dice, esa palabra es eficaz. En efecto, la Palabra debe encontrar su primacía en nuestra vida para que se realice el diseño de Dios que es nuestra salvación. Recuperada la vista, Tobit se dirige a Dios para bendecirlo y darle gracias porque ha practicado la misericordia y no el castigo. En pocos versículos repite hasta ocho veces el verbo "bendecir". Al ver la alegría del padre, Tobías no reprime la suya: "entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios con toda su voz" (v. 15). Muchos habitantes de Nínive gozaron también al ver lo que había sucedido. Y Tobit, por su parte, "proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos" (v. 16). La alegría de este padre al acoger a las puertas de la ciudad la esposa del hijo es contagiosa. Toda la comunidad judía de Nínive hace fiesta por la llegada de Sarra, mientras Tobit la bendice subrayando una vez más la acción de Dios. La fiesta conclusiva (vv. 18-19) se presenta como una nueva celebración de bodas cuyo protagonista ya no parece ser Tobías sino el anciano padre Tobit que veía sus últimos años de vida bendecidos de forma extraordinaria por el Señor. Su desbordante alegría no sólo envuelve a toda la comunidad sino que hace caer también el muro de desconfianza que Nabad y Ajicar se habían construido: van a felicitar a Tobit y se reconcilian. La alegría del creyente es contagiosa y cambia el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.