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Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de San José, esposo de María, que en la humildad "tomó consigo al niño"
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de San José, esposo de María, que en la humildad "tomó consigo al niño"


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Eclesiastés 10,15-20

Lo que más molesta al necio
es que no sabe ir a la ciudad. ¡Ay de ti, tierra, cuyo rey es un chiquillo, y cuyos príncipes comen de mañana! ¡Dichosa tú, tierra, cuyo rey es hidalgo y cuyos príncipes comen a la hora, por cobrar vigor y no por banquetear! Por estar mano sobre mano se desploma la viga,
y por brazos caídos la casa se viene abajo. Para holgar preparan su banquete, y el vino alegra la vida, y el dinero todo lo allana. Ni aun en tu rincón faltes al rey,
ni en tu misma alcoba faltes al rico,
que un pájaro del cielo hace correr la voz,
y un ser alado va a contar la cosa.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Cohélet critica la estupidez de los responsables de la economía y de la política del país. Dice ante todo que el necio (tal vez se refiera a algún aristócrata egocéntrico y estúpido), aunque tenga muchos quehaceres, no sabe "ir a la ciudad", es decir, gobernar. Pero Cohélet denuncia con un "Ay del país" a la clase política que se comporta como un chiquillo incapaz y arrogante, evocando el pasaje de Isaías: "Les daré mozos por jefes, y mozalbetes los dominarán" (3, 4). En cambio exclama: "Dichoso el país donde reina un hidalgo" (v. 17); un "hidalgo" (es decir, un "noble" o "aristócrata"), si no es estúpido, es el mejor candidato para el gobierno del país. Sin embargo todos deben estar atentos y vigilantes, porque "la casa" (el Estado) puede convertirse en ruinas por la negligencia y la corrupción de quien la gobierna. Aquí el autor denuncia el despilfarro de dinero para su divertimento ("para holgar preparan su banquete", v. 19), y condena también la mala costumbre -siempre difundida entre los funcionarios- de hablar mal de su rey (v. 20). Cohélet advierte que es una conducta cuando menos imprudente: siempre hay alguien que podría referir las palabras pronunciadas (retoma el tema del pájaro que chismorrea, muy conocido en la literatura de la época). El autor quiere invitar a los que deben gestionar la administración pública a buscar la sabiduría en la vida política, rechazando toda incompetencia y corrupción. No obstante Cohélet tiene confianza en que una clase dirigente más trabajadora y menos corrupta consigue hacer feliz a un país, liberándolo de la vulgaridad, la ineptitud y la negligencia de los gobernantes corruptos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.