ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 6,1-9

Calmado el tumulto provocado por los hombres que estaban en torno al Consejo. Holofernes, jefe supremo del ejército de Asiria, dijo a Ajior delante de todos los pueblos extranjeros y de los moabitas: «¿Quién eres tú, Ajior, y quiénes los mercenarios de Ammón, que te permites hoy lanzar profecías entre nosotros y nos aconsejas que no luchemos contra esta ralea de Israel, porque su Dios los cubrirá con su escudo? ¿Qué otro dios hay fuera de Nabucodonosor? Este enviará su fuerza y los aniquilará de sobre la faz de la tierra, sin que su Dios pueda librarlos. Nosotros, sus siervos, los batiremos como si fueran sólo un hombre, y no podrán resistir el empuje de nuestros caballos. Los pasaremos a fuego sin distinción. Sus montes se embriagarán de su sangre y sus llanuras se colmarán con sus cadáveres. No podrán mantenerse a pie firme ante nosotros y serán totalmente destruidos, dice el rey Nabucodonosor, Señor de toda la tierra. Porque lo ha dicho y no quedarán sin cumplimiento sus palabras. Cuanto a ti, Ajior, mercenario ammonita, que has dicho estas palabras el día de tu iniquidad, a partir de ahora no verás ya mi rostro hasta el día en que tome venganza de esa ralea venida de Egipto. Entonces, el hierro de mis soldados y la lanza de mis servidores te atravesará los costados y caerás junto a sus heridos, cuando yo me revuelva contra ellos. Mis servidores te van a llevar a la montaña y te van a dejar en una de las ciudades que están en las subidas. No perecerás sino cuando seas aniquilado justo con ellos. Y no muestres un rostro tan abatido ya que en tu corazón esperas que no serán conquistados. Así lo digo y no dejará de cumplirse ni una sola de mis palabras.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Holofernes reacciona de manera violenta a la larga respuesta de Ajior sobre quién es aquel pequeño pueblo que osaba resistirse a su ejército. No es una simple reacción a un discurso equivocado. Es la oposición que el "mal", a través de sus siervos, como Holofernes, no deja de presentar contra el plan de salvación de Dios. Holofernes afirma la decisión de destruir al pueblo de Judá. No es suficiente el simple exilio ni la deportación: quiere el exterminio total. La potencia de Nabucodonosor, que quiere ocupar el lugar de Dios, requiere eliminar al pueblo que confía en Dios. Holofernes no puede tolerar que el pueblo de Judá tenga otro Dios que no sea Nabucodonosor. Es la lógica de la dictadura: aquel que se pone en el lugar de "dios" no admite límites a su despotismo; acepta únicamente la sumisión total. Jesús mismo dirá: "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6, 24). Las palabras de Holofernes muestran claramente el carácter idólatra del poder. En su orgullo el hombre -es una tentación que puede afectar también al creyente- no soporta a nadie por encima de él y se atribuye poderes absolutos; pero en la medida en la que no da testimonio de Dios, y quiere ocupar su lugar y afirmarse a sí mismo, de hecho prepara y ejecuta su propia perdición. El hombre, que a menudo olvida que es una criatura limitada, depende de manera absoluta de Dios aunque ha recibido la libertad de decidir su destino. Sólo si vuelve a descubrir que depende de las Alturas, el hombre puede ejercer su verdadero poder de amar. Dios, de todos modos, se sirve de todas sus criaturas para cumplir sus planes, incluso contra la voluntad de aquellos que querrían luchar contra Él. Todo en nosotros depende de una voluntad que nos supera; cuanto más aceptemos nuestra dependencia de esta voluntad, más viviremos. Pero si vamos en su contra, no podremos hacer nada: viviremos sólo para asistir a nuestra perdición. Eso es lo que le pasó a Holofernes: con aquella airada reacción a las palabras de Ajior se condena a su perdición y Judit será el instrumento de Dios. Holofernes retó al Dios vivo, y ahora conocerá su fuerza. En el libro de Judit asistimos una vez más a aquella lucha perenne que el mal, o más bien dicho, el maligno, empezó contra Dios al inicio de la creación y que seguirá hasta el final. Todos los hombres participan en esta lucha y están llamados a elegir de qué parte quieren estar. Los creyentes que se ponen al lado del Señor, aun con todos sus límites, participarán en la victoria del Señor si confían en Él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.