ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Memoria de san Juan Crisóstomo ("boca de oro"), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Memoria de san Juan Crisóstomo ("boca de oro"), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 7,1-10

Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras finalizar el discurso de las bienaventuranzas, Jesús va a Cafarnaún, como si quisiera hacer entrar la palabra evangélica en la ciudad de los hombres. En Cafarnaún hay un centurión romano. Es un pagano que, aun siendo el representante del opresor, tiene una atención particular hacia los judíos. Ayudó, por ejemplo, a construir la sinagoga. La preocupación por un siervo suyo, víctima de una grave enfermedad, hace que se dirija a Jesús. Primero envía a unos ancianos, y luego va él mismo. Dos sentimientos emergen en este centurión romano: el amor que siente por su siervo (lo trata como a un hijo) y la confianza que deposita en el joven profeta de Nazaret. Es una confianza tan fuerte que le hace pronunciar aquellas palabras que todos los cristianos todavía hoy pronuncian durante la liturgia eucarística: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanar a mi siervo". Este centurión, pagano, se convierte en la imagen del auténtico creyente, de aquel que cree que basta una sola palabra evangélica para salvar o para ser salvado. Nosotros, por el contrario, estamos obsesionados en multiplicar las palabras pensando que son las palabras, las que cambian el corazón del Señor o las cosas. En realidad, en el caso evangélico, basta una palabra porque Jesús mismo es "la Palabra". También en referencia a Dios se escribe que en el momento de la creación dijo: "haya luz" y "hubo luz". La palabra que sale de la boca de Jesús brota de un corazón con un amor fuerte y sin límites. Eso es lo que había visto el centurión en Jesús, y se confió a Su corazón. Y Jesús pudo decir de él: "Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande". Acerquémonos a este centurión y aprendamos de él cómo acercarnos a Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.