ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 2,18-29

Escribe al Ángel de la Iglesia de Tiatira: Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso. Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia; tus obras últimas sobrepujan a las primeras. Pero tengo contra ti que toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos para que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos. Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Mira, a ella voy a arrojarla al lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, a una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras. Y a sus hijos, los voy a herir de muerte: así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y yo os daré a cada uno según vuestras obras. Pero a vosotros, a los demás de Tiatira, que no compartís esa doctrina, que no conocéis «las profundidades de Satanás», como ellos dicen, os digo: No os impongo ninguna otra carga; sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis. Al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones: las regirá con cetro de hierro, como se quebrantan las piezas de arcilla. Yo también lo he recibido de mi Padre. Y le daré el Lucero del alba. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta es la más larga de las siete cartas, y va dirigida a la comunidad cristiana de Tiatira. De allí provenía Lidia, la primera cristiana convertida en tierra europea (Hch 16, 14-15). Jesús se presenta allí por primera y última vez en el Apocalipsis como "Hijo de Dios". Y reprocha a los cristianos de Tiatira que hayan cedido al peligro gravísimo de la mundanización, es decir, disolverse en el mundo. En aquella comunidad, de hecho, el problema no es el amor, ni la verdad de la fe, sino más bien el compromiso con la mentalidad del mundo. Jezabel (reina fenicia esposa del rey de Israel Ajab, implacable enemiga del profeta Elías, artífice de la degeneración del pueblo judío hacia los cultos idólatras, a los que la Biblia denomina "prostitución") representa tal vez aquella parte de la comunidad (o del corazón de cada uno de nosotros) que se empeña en debilitar la fuerza del Evangelio, en despreciarlo en su paradojalidad, en rebajarlo y someterlo al egocentrismo de este mundo (por eso se dice: "conocéis las profundidades de Satanás"). Para esta parte de la comunidad (o del corazón de cada uno de nosotros) parece no ser suficiente conocer el Evangelio y observarlo "sin añadiduras". Ellos razonan según la mundanal lógica de la fuerza y del poder, uniéndose a todo cuanto es extraño a la lógica de Dios, que es la del amor gratuito. Se consuma así un auténtico adulterio: traicionar la unicidad de Dios para confiar en otras fuerzas idólatras. Quien resiste a esta tentación y se une al Evangelio, "sin añadiduras", recibe el verdadero poder, el del amor. Quien ama, de hecho, posee todo el mundo y es capaz de realizar milagros que de otro modo son imposibles. Es la fuerza "débil" de los cristianos; es la fuerza capaz de cambiar el mundo y el corazón de los hombres. Quien ama con el amor de Dios, gratuito y sin pedir nada a cambio, es como la estrella que anuncia una nueva mañana en la oscuridad de la vida de los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.