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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, padres de la Iglesia Eslava y patrones de Europa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de los santos Cirilo y Metodio, padres de la Iglesia Eslava y patrones de Europa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 10,1-9

Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa." Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia recuerda a los santos Cirilo y Metodio, monje y obispo respectivamente, dos hermanos originarios de Salónica. Enviados por la Iglesia de Bizancio en misión entre los eslavos, tradujeron la Biblia y crearon una liturgia en lengua eslava, convencidos de que la Palabra de Dios era el cimiento de toda firme construcción eclesial. Envueltos en las dificultades ecuménicas entre Oriente y Occidente buscaron el diálogo con Roma, donde murió Cirilo y Metodio fue consagrado obispo, siendo enviado nuevamente entre los eslavos como legado apostólico. Por su obra, Juan Pablo II los proclamó a ambos patronos de Europa junto con San Benito. Estos dos hermanos nos recuerdan la urgencia de la misión de la Iglesia, y resaltan de forma especial la página del Evangelio de Lucas que hemos escuchado. Es el segundo discurso misionero de Jesús; mientras el primero se dirigía a los doce (9, 1-6), como para recoger a todo el pueblo de Israel, ahora la exhortación tiene como objeto la misión de los setenta y dos discípulos, cuyo número (cfr. Génesis 10) simboliza a todos los pueblos de la tierra. Lucas lo sitúa al comienzo del camino de Jesús hacia Jerusalén: la universalidad de la predicación no es un añadido posterior sino parte integrante de la misión que Jesús confía a sus discípulos. De hecho él mismo señala que "la mies es mucha", en verdad muy abundante, y los obreros son pocos. Hay una desproporción entre el enorme trabajo de evangelización y el pequeño número de discípulos. El Señor lo sabe bien, y por ello exhorta a los discípulos a rezar, no solo para que el Padre mande obreros sino también para que su trabajo tenga un buen resultado. No es un trabajo liviano, ni mucho menos fácil; es más, deberá superar obstáculos, prejuicios, odios y peligros: "Mirad que os envío como corderos en medio de lobos". No han sido llamados a quedarse en los lugares habituales, o a administrar las costumbres de siempre, incluso religiosas. Los discípulos son por su propia naturaleza misioneros, es decir, comunicadores del Evangelio, enviados a preparar los corazones de los hombres y las mujeres para acoger a Jesús. Al igual que entonces fueron enviados de dos en dos, así también son enviados Cirilo y Metodio. A este respecto hay un hermoso comentario de Gregorio Magno: Jesús les envió de dos en dos para que su primera predicación fuera el amor mutuo. De hecho el amor es la fuerza de los discípulos, los de ayer y los de hoy; el amor del Señor vence a los "lobos" de este mundo, como experimentó Francisco de Asís con el "lobo" de Gubbio. La fuerza de los discípulos de Jesús no está en su equipamiento: no deben llevar nada consigo sino únicamente el Evangelio y el amor del Señor. Con este equipaje, que es a la vez débil y fuerte, pueden recorrer los caminos del mundo dando testimonio de "aquel que les ha enviado". En cada ciudad y en cada casa deben anunciar el reino de Dios y mostrarlo con la curación del mal: "Curad los enfermos... y decidles: `El Reino de Dios está cerca de vosotros'".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.