ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,1-12

Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia." Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon,
en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto
y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, ante el rechazo de los jefes del pueblo a acoger su autoridad sobre sus vidas y la de Israel, narra la parábola de los viñadores homicidas. Los que le escuchan saben muy bien qué es la viña, el pueblo de Israel, pues los profetas hablan con frecuencia de ella. Y saben también quién es el dueño que la ha plantado, cuidado y cultivado, el Señor Dios. Con una rápida mirada a la historia del pueblo de Israel, Jesús se presenta como el hijo enviado para salvar la viña, y la salva aunque a costa de ser echado fuera y asesinado. Con estas palabras Jesús aclara a los que le escuchan de dónde nace su autoridad: del amor de Dios por su pueblo. Es el amor sin límites que Jesús vive por el pueblo de Dios sobre el que se fundamenta su autoridad y la de su Palabra. No es el cargo el que sostiene la autoridad de Jesús, sino su amor y su servicio hasta la muerte. Esta es la ley que preside la vida de la comunidad cristiana, y Jesús es su manifestación más alta. Él ama a los suyos, los que el Padre le ha dado, más que a su propia vida, y por esto tiene autoridad sobre la viña. Trataron de detenerle pero tuvieron miedo, escribe Marcos, para subrayar que no son ellos los que le matan sino que es Jesús el que se "entrega" para que la viña no sea abandonada, sino que crezca y dé fruto. ¿Cómo no acoger a un hombre que ama de un modo tan grande? En la muerte violenta del heredero, el "hijo querido", se prefigura ya la Pasión. El Evangelio sin embargo anuncia también que el dueño de la viña vendrá y "la entregará a otros". Esos otros somos nosotros, que en cualquier lugar del mundo somos llamados a servir en la viña del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.