ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,1-5

«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: "Deja que te saque la brizna del ojo", teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús exhorta a los discípulos a no juzgar para no ser juzgados. Es una afirmación fuerte: Dios pronunciará su juicio sobre nosotros del mismo modo que nosotros lo formularemos sobre los demás. Quien quiera un juicio generoso y misericordioso debe utilizar la generosidad y la misericordia con los hermanos. Al contrario, quien juzga de manera fría o incluso malvada recibirá el mismo trato. La afirmación de Jesús no es abstracta, sino que va ligada a una costumbre arraigada que también nosotros conocemos: ser siempre indulgentes con nosotros mismos y muy duros con los demás. Es una versión del pecado de egoísmo y de orgullo que, como escribe el libro del Génesis, está día y noche acechando ante la puerta de nuestro corazón. Todos, efectivamente, tenemos muy en cuenta la "brizna" que hay en el ojo de los demás, pero somos más que indulgentes con la "viga" que hay en nuestro ojo. Es una actitud que envenena la vida de cada día, y hace que sea violenta y amarga. Pero atención: Jesús, cuando dice que no juzguemos, no exhorta al discípulo a no interesarse por los demás; al contrario, pide que cada uno esté atento al otro con amor y con preocupación fraterna. En ese sentido el amor por los demás requiere atención y juicio, misericordia y firmeza, corrección y ayuda. Jesús excluye aquel juicio que ve y estigmatiza al otro condenándolo sin esperanza y sin misericordia. El juicio en este caso es solo condena. La corrección fraterna, por el contrario, que nace de una mirada de amor y no de desinterés, se alimenta de la confianza de que el Señor da a cada uno su camino interior y su crecimiento espiritual.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.