ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 1,1-4

Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente, y que en el tiempo oportuno ha manifestado su Palabra por la predicación a mí encomendada según el mandato de Dios nuestro Salvador, a Tito, verdadero hijo según la fe común. Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Salvador.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo escribe a Tito, "verdadero hijo según la fe común", a quien ha dejado en Creta para que "acabara de organizar lo que faltaba" en la comunidad. El apóstol sabe que le ha confiado una tarea que no es fácil, y para respaldar su autoridad le escribe esta carta, para ser leída ante toda la comunidad reunida. Pablo vincula el ministerio de su discípulo a su propia autoridad apostólica, y por ello -incluso antes de nombrar al destinatario- resalta su condición de "apóstol", es decir, enviado de Jesús. Pablo no se lo recuerda a Tito para hacer alarde; sabe muy bien que también él es ante todo un "siervo" del Señor. En efecto, la autoridad en la comunidad cristiana no se confiere para sacar un beneficio personal sino para servir a la comunión de los hermanos en la única fe y la única esperanza. Pablo recuerda a Tito, y a quien tenga alguna responsabilidad en la comunidad, que toda la obra apostólica tiene su razón de ser precisamente en relación con "la esperanza de vida eterna". El pastor debe predicar y dar testimonio de esta esperanza a todos. Es Dios mismo quien la promete, y Dios no miente -al contrario, es quien la garantiza. De hecho la tiene reservada a sus hijos desde el jardín del Edén, y a lo largo de la historia la ha revelado a su pueblo a través de una cadena ininterrumpida de profetas. Entonces, "en el tiempo oportuno", el Señor envió a su propio Hijo Jesús para que cumpliese esta promesa, y es Jesús mismo quien le ha llamado a él, Pablo, para comunicar al mundo este mensaje de alegría (cf. 1 Tm 1, 1). Pablo, a su vez, se lo ha confiado a Tito, pidiéndole que continúe su misión.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.